viernes, 18 de diciembre de 2009

Llame Sandra

En la palabra fuego escribo tu nombre. Lo dejo blandir suave en el crepitar de la llama, y lo miro mirarme, llamarme desde la llama adentro. Guardo tu nombre suave y lo concentro en los cerillos. Sé que cuando el tedio amaine, cuando la lluvia amaine y llegue el frío, podré usar tu nombre suave como una llama que llama ni nombre desde adentro. Amo tu nombre suave y cálido e imposible como una llama. Si digo que lo guardo en la palabra fuego, es sólo para decir que es intenso y cálido. Tu dulce sexo que me hace pensar en el niño que soy, en el hambre de ti que tengo. La lengua lame tu nombre en la llama de fuego de tu sexo. Al paladar las letras de tu nombre, qué aroma erotiza la totalidad del cuarto, qué llama diminuta aparece en el espejo. Lamo tu nombre cuando pronuncio siquiera una letra de tu nombre, y mi lengua se entumece, gozosa, en la memoria.

jueves, 17 de diciembre de 2009

hortera


Por fin alguien me comprende, descubrí que soy hortera. Botón de muestra.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Carta para Martín y el Diablo

Queda regresar sólo por tradición. Venimos por el purismo, ahí aprendido antes, de que previo a la práctica debíamos conocer a la utopía cuando, lo hemos comprobado de sobra, ésta no existe. Es una historia del tío loco que hacía marcha en ninguna parte, hacia ningún punto. Somos los descreídos de la utopía, los abandonados, porque en el fondo nosotros sólo sabemos soñar. Claro que lo sabemos, lo que nunca nos ha salido muy bien es lo de las utopías. Siempre terminan en tragedia. Así nos enseñaron en las calles y en las casas, en la cara de muerte de la madre que tuvo un hijo muerto en cualquier sitio, del hijo que se ha quedado huérfano porque perdió a los padres en todos los sitios. Para soñar sólo falta recordar el cuento de la abuela frente al mar, cuando decía que el mar es traicionero, que todo el maldito mar es la boca del diablo. O ese otro romance del abuelo, no su esposo sino el otro, de su estancia en la pisca de estrauberri (“así le dicen a la fresa en Estados Unidos”, dice) cuando le robaba el trago a la guaina (“así les dicen a los borrachos”).

Allá, con nosotros, todo sucede tan rápido, tanto que no es posible armar utopías. Sólo el vértigo es posible, erizando la piel con su sustancia de sangre, metiéndose en la sangre con su vértigo de miedo. Nada de frío, no, al contrario puro calor todo el tiempo, el sudor a mares en la frente, y el vértigo ahí, vivo, detrás de nosotros, siguiéndote, por dentro, penetrando. Por eso soñamos con mujeres hermosas torneadas en una playa, completamente dorada, totalmente azul, que de tan intenso azul se haga pura agua y oro, puro verde y oro, oro purísimo, un dorado de colores. Soñamos con todo eso, y frutas, desbordados de frutas, jugo, zumo de frutas, pulpa en la boca: papaya, pitahaya, sandía, guanábana, piña. Frutas, todas ahí, saliéndose del marco soñado de nuestro sueño, volcadas, comiéndose nuestros sueños.

Yo te digo que a pesar de nuestras culpas, bueno, de mi condición de culpa, vengo sólo para alejarme de lo otro, para saber que puedo hacer algo más a sólo repetirme. Un paso antes de repetirme, tal vez, pero tal vez también un paso antes de todo. Mira los sueños que se me han venido encima, pero ves que no hay utopías. Los que nos queremos pasar de listos, por algo, ya te digo a causa de la culpa, nos sucede eso, que nos equivocamos, que venimos acá pensando en la utopía, como si antes no tuviéramos los sueños, que es nuestra forma tan humana, tan profundamente humana, de sentir por un momento los pensamientos de Dios.

Yo vivo en el Barrio de Argüelles. Sus calles, cosa rara por acá, están sobre una cuadrícula de armonía. También me gusta porque tiene una calle con un nombre muy bonito, Guzmán El Bueno, que me hace recordar a nuestro amigo Avelino, a quien ya sabes cómo quiero. Ya lo quisiera ver en este frío. Si no abre la boca, la abriría menos. Dicen que aquí vivió Neruda y escribió ese hermoso poema “Casa de las Flores”. Tienes que recordarlo, habla del horror del que también habla el Guernica: el primer bombardeo aéreo a una ciudad, en 1936. Mi barrio, el Barrio de Argüelles, tiene dos límites: Moncloa, la sede del Ejército del Aire donde también está el Arco de la Victoria de Franco, y la Calle de la Princesa. Tendría que explicarte cómo todavía la gente vive, a su manera, claro, sitiada por esos pensamientos, la Guerra Civil y la Monarquía de siempre. Desperdigado, sin tener punto fijo como nunca lo han tenido, el temblor humano preguntándose la hora.

Porque hablado en plata, con toda su memoria, con todas sus historias de oro y sangre, mira qué belleza otra vez el oro y la sangre, de voces cavernosas, escúchalos, estruendosas, qué voces, señor, escúchalas, esas muchachas que van sobre la Gran Vía ahora en el invierno ataviadas de esa elegancia tan suya, ese andar precioso. Llegarán a Antón Martín por la primer cerveza hasta sabrá Dios a qué horas terminen, al día siguiente cuando todo el casco colonial, incluida la Castellana, sea ese gran cenicero con ojeras negras. Luego me miran dicen que soy sudamericano o que soy centroamericano. Yo les respondo con una gran carcajada, sabiendo que ellos no saben que yo soy de mis culpas y mis sueños. Menudo problema el explicarles paso a paso la geografía mía, siquiera esa accidentada que va del ulular del Sur más gélido al más gélido Norte y sus águilas terrestres. Todo este país no podía andar con todo el continente, con todo un continente. Su problema, vaya tristeza, es que está a 10 mil kilómetros del lugar donde podría estar, y a 10 mil millones de lucas del lugar donde creería estar. Pero eso tampoco lo entenderemos nunca.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Armada sombra




Tendrá que dar su vida quien escribe
para ofrendar el goce de saberse
letras que son luz en el terrible abismo.
Vendrá la soledad, sus embestidas,
y adentro ha de lidiar con la locura.
Tan sólo con avíos del corazón
y el cerebro, la emoción ha de citar
en la piel negra y ciega de los días.
Contra sí mismo lucha quien escribe.
El otro, que ya es él, le duele ajeno,
lanzará la furia, burel de fuego,
buscando esta pasión que intuye propia.
El temple lo mantiene, fortaleza
del que posé contra la muerte, vida.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Crisis

Nací bajo el signo de la crisis. No recuerdo otra estación del año que no sea esa. Francamente. Tampoco otra temperatura, ni otro año, ni siquiera otro día: todos se llamaban crisis. ¿A poco hay vida sin crisis? Más deplorables las pobres manifestaciones de motivador con gafas de intelectual: “Einstein decía…”, “para la crisis, la imaginación…” Pamplinas. La crisis se explica por su axioma: la crisis. Esas palabras se dibujan en mi mente cuando pienso en “el caso mexicano”, claro, donde la crisis es definición de identidad.

A estas alturas del encuentro, ni modo de hablar de hacer frente a la crisis. La crisis no es un problema y si lo es, es ontológico. Por eso digo que sólo se explica a través de su mismidad: la propia crisis. Insisto, luego de tantas décadas de crisis (soy inexperto, apenas voy por tres) lo que hace crisis es la idea de la crisis. Neta. Porque vamos y venimos de la crisis y decimos lo mismo para repartir culpas, de aquel, del otro, de la crisis. ¿En dónde se esconderán los responsables de la crisis? ¿Existe ese sitio imposible llamado crisis? ¿No termina por sonar a recurso político, a una más de las cantinfleadas a las que nos tienen acostumbrados? De todas formas, antes de la crisis tampoco parecieron resolver los otros problemas descubiertos por la Ilustración, que son más reales: pobreza, seguridad, educación, marginalidad…. Los problemas existían antes y durante la crisis, lo que confirma que la crisis no es un problema. Es una condición que tiene que ver con nosotros mismos. Nosotros somos la crisis.

Además, los pesimistas y los profetas, que no son iguales pero que a veces coinciden, aseguran que pasarán generaciones de mexicanos sin ver la luz al final de la crisis. ¿Entonces? La economía se vuelve un absurdo trágico, que en estos momentos se elimina a sí misma y pierde sentido. Para qué hablar del tema si ya se sabe que es un círculo vicioso y sin final. ¿Qué estudia la economía cuando no hay producción económica? Y yo no soy pesimista sino un meteorólogo falso que se apega a los pronósticos del tiempo. Además, tampoco conozco otro tiempo. Otra vez: nací bajo el signo de la crisis.

Alguien más pensará que hemos tocado fondo y que por eso otro escribe estas cosas. Tal vez. Tampoco quiero ser realista, ni nihilista, ni ilusionista, ni nada. Todos los medios de comunicación repiten su misma cantaleta y hacen eco: estamos en crisis…, etcétera. Yo no hago nada. Apago la televisión, le doy la vuelta al periódico, escucho música. No hay nada nuevo bajo el sol.

martes, 1 de diciembre de 2009

Tres variantes de la nostalgia



Ordenando papeles (que no extraño) en Atlanta (que tampoco extraño), antes de salir rumbo a Madrid.



Una semana después, no tuve tiempo de extrañar ni a José Alfredo, ni a Juanga, ni a Martín Urrieta. El Mariachi paraguayo Las águilas de Tijuana, nos deleitó (acompañados por mí, of course) con un recital en la Puerta del Sol.



Tampoco extrañé a don Paul P. Harris. A una cuadra de mi piso hay una estatua del hombre que lleva el nombre de la calle donde viven las personas que más extraño.

Pasta de podadora

En estos días, nada se ha vuelto más complicado que cazar una podadora. Suelen ser terribles, y aunque no son escurridizas hay que andar con tientas porque se les rinde una devoción hiperbólica. No hay una buena institución, que se jacte de su clase, o un barrio de buena categoría, que no presuma en la hora más inoportuna, de alebrestar el ruido de cientos de podadoras, que sólo pueden ser tocadas por la mano prodigiosa del jardinero.

Pero si tiene suerte podrá, en las horas menos esperadas, encontrar una podadora desolada. No importa si es de aspas o de carrito, acéchela, captúrela. En mi caso, debo presumir la tremenda suerte que me acompaña para soportarlas en cautiverio, en los momentos más inadecuados. Un domingo, digamos, a las siete de la mañana, en todo su esplendor en el camellón de la colonia; o un día de clase, a punto de leer en voz alta un poema de Salvador Díaz Mirón, frente al aula. De cualquier forma, encontrarla abandonada es el primer paso de un excelente festín.

Si captura más de una, ¡felicidades! La cantidad no demerita en sabor, por el contrario: el placer se incrementa y no faltará quien le pida una porción de más. Primero hay que destrozar los tubos con la mayor alevosía que pueda. Para estos casos yo me he servido incluso de una camioneta, ya verá lo placentero que resulta pasar la media tonelada de fierros encima de las endebles cavidades de la podadora, ya verá cómo se retuerce el acero con acero y cómo poco a poco se cocina el platillo.

Una vez destrozada, cuide que no se tire la gasolina del motor. Ahí está el corazón de todo. No deje que ni una gota caiga, sería un desperdicio y es fundamental para el siguiente paso, la cocción. Ya se sabe que desgraciadamente hace falta muchísimo calor para fundir una podadora, pero con la ignición de la gasolina y un buen cerillazo, logrará un efecto inusitado: sienta cómo el aire se aroma con el olor de una podadora quemada, y ese poder volátil de las cosas perecederas.

Los pocos cables de la podadora son un buen motivo para amarrar las partes que la estética cuestione de poco agradables. Con los cables puede dar una forma inusitada, de tal manera que su platillo podría parecer una obra de arte abstracto. Póngala a sacar uno o dos días, en especial en temporada de muchísimo calor, que ahora abundan. Al tercer día disfrute de su obra. Si siente que aún el ruido de la podadora sigue vivo, repita todos los pasos anteriores.

Sírvase al gusto, de preferencia fría y a distancia.

domingo, 29 de noviembre de 2009

martes, 24 de noviembre de 2009

Vale, vale

Esto no es hablar así, tampoco.
El vale es otro
y no el hablar
sucio de mi abuelo.
Esto no es
hablar así, ni mucho menos.
Hablar en tiempos
compuestos no es lo mismo
allá, en lo profundo,
en las raíces de esta lengua mía
pero más tierna.
Esto no es
hablar así, decía,
y me pongo
famélico y niño y grave y tenso
pero al subir al bús o al camión,
la palabra orfandad
--igual a todos--
se me queda en la garganta
con un aire
de veneno prometido.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Adiós a la imaginación

Lo lamentable de la crítica actual es su poca imaginación, y en eso se parece al ejercicio de la política de moda: utiliza los mismos argumentos del pasado para resolver problemas que no ha sabido, nunca, situar. Nadie está dispuesto a dar un salto al vacío a través de la aventura de lo no dicho, a través de las ausencias que nos acosan, para mirar de veras un mundo más amable (o más cercano a la experiencia del mundo) en herencia al porvenir. Se malbaratan ideas que ya están en venta, y es sabido que sólo el Diablo es capaz de comprar a destajo hasta dos veces el alma antes adquirida.

¿Quién es el primero en dar fe a la intuición antes que al positivismo? Por mi parte, cambio herramientas desgastadas del método cartesiano por o dos tres cuerpos de amor de Modigliani. Una sola, de las muchas carencias, de las leyes del hombre por un atardecer de la música de Duke Ellington. Nadie apuesta ahora por la imaginación y la fantasía, sino por lo monótono, lo ya construido, lo seguro: semejante al fin de la Edad Media, aquella que cada vez es más nuestro reflejo.

En mis vistas al siglo XIX aparece el mismo listado de cuentas por saldar, sí, pero también de problemas planteados. Pareciera que salvo la moda, no hemos avanzado en término de ideas; si acaso en el término de las ideas. Y aunque se me tilde de apocalíptico, no dejo de pensar que estamos por cerrar un ciclo en agonía. Crisis de hipótesis, metástasis mental, cáncer del pensamiento: la crítica social del posmodernismo sigue pensando en cómo encender al ferrocarril (¡oh, el Progreso!) del Porfiriato.

Mientras tanto también acumulamos otras enfermedades, mutaciones del odio y la envidia, la intolerancia y el orgullo vacuo, ego en agonía y auto celebración mortuoria. Los días siguen su curso en una curva interminable alrededor del mundo y miramos crecer nuevas especies de dengue, de influenza y de malaria. Nos vacunamos contra el temor a través de otros excesos para saber si aún podemos palpar esa parte de humanidad que defendimos, algún momento, con entereza: jóvenes hermosos corriendo por las playas, parejas haciendo limpiamente el amor en los bosques, niños que juegan desnudos en la arena.

Habría que llenar de flores las oficinas municipales, tan pobres de presupuestos y empleos, llevar música a las plazas cívicas donde se manifiesta el encono y el rencor. Habría que cambiar el chismorreo de nuestros discursos culturales por algo que de verdad sangre, que sea torrencial como las lluvias torrenciales de agosto, y pulcros de alegría en los dientes blanquísimos de la infancia. Dejar, al fin, al fin, las tonterías de siempre para comenzar a plantear nuevas críticas, limpias lenguas del sol limpiando las ventanas para dejar libre la mirada a la calle. En tenencia, señor alcalde, unos versos y no le cobro el cambio.

Falta imaginación en la crítica y en la política. Para muestras, los reality’s cotidianos de la prensa. Si el cinismo tiene su fortaleza en la voluntad constante, también tiene sus límites en su creatividad pobre: “así soy y qué”, dice el adagio mexicano del cinismo, y ahí se limita su crítica y ahí queda planteada la dureza hambrienta de su personalidad. ¿A poco no hay algo más allá de nuestros temores y nuestras desdichas?

Una hermosa canción popular asienta: vengo a ofrecer mi corazón. En ese mismo tono de humildad y nobleza, ¿quién de verdad está dispuesto a abandonar, por un momento, debajo de la cama, uno de los postulados de la crítica de siempre, por este tazón de café caliente que yo le ofrezco para los días de otoño y así quemar, sorbo a sorbo, el tiempo que ya se asoma?

P. S. Pero como no son las generalidades sino las brillantes excepciones las que salvaguardan a la imaginación, felicito a Alejandro Morales por su premio de Viñetas de la Provincia y a Julio César Zamora por su merecida primera mención. Ellos demuestran que aún hay esperanza depositada en la hoguera de las palabras que se encienden en la página blanca.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Presentaciones de libros




Creo que lo leí aunque de cualquier forma estoy seguro, las presentaciones de libros deberían ser un género literario. Tiene sus propias normas y hay verdaderos maestros en su escritura. Recuerdo clarito, eso sí, el texto de Gabriel Zaid en el que desenmascara a Carlos Monsiváis como presentador de libros, al demostrar que había utilizado el mismo texto para presentar, en actos diferentes, a un poeta de Tulancingo y a las obras completas de Ramón López Velarde.

Tengo muchas anécdotas al respecto. Según mis últimas estadísticas, he presentado 5 mil 929 libros, y mi cifra sólo es superada por el maestro Víctor Gil Castañeda Moy, a quien estimo mucho y por eso no me incomoda su ventaja. Eso sí, todos los días, diario, me esfuerzo por mejorar mis números. Pero es que el maestro Gil es imparable: casi no hay libro que no se precie de serlo, que no lo presente él. Yo he escrito varios improperios. En algunos casos, releo los libros que presenté y ya no reconozco sus palabras, ni las palabras que dije sobre ellos.

Recuerdo que he sido sumamente injusto con algunos, y que mis peores textos son los que dediqué para los libros de amigos. ¿Cómo se debería presentar el libro de un amigo? Yo procuro leer sinceramente el contenido, y no siempre coincide el cariño a la persona con el gusto literario. Entro en dilemas y me voy por la tangente. Pero cuando es real el gusto por el texto, sé que nadie tomará en cuenta mis palabras y mi boca tendrá un tufo a cebollazo.

Ahora las presentaciones compiten con las bodas exóticas, y hay quienes deberían tener sus capillas rápidas como en Las Vegas, para escribir textos de presentación de libros. Además, hay quienes deberían cobrar por sus textos, y otros que deberían pagar por ser escuchados. Seguro los autores han de pensar, “si los Tigres del Norte presentan su último disco en un avión, por qué no habría yo de leer mis últimas poesías en montado en un camello rumbo a Ixtlahuacán”. Cada quien lo suyo. Yo he visto presentaciones en bares, en barcos, en plazas comerciales, en cementerios, en ferias y hasta en asilos.

Pero la presentación más singular a la que he asistido fue la del libro de cuentos Oscuro latir, de Federico Vite. Se realizó en el Bar del Puerto, en Acapulco, Guerrero, durante el Primer Encuentro de Escritores del Pacífico. Para quienes no conocen a Vite, debo decirles que es una mezcla de Jack Sparrow y Tin tan sin su carnal Marcelo. Moreno y desgarbado, sobre su frente cuelga un mechón blanco, que casi nunca se pierde en su abundante cabellera negra que le llega casi hasta los hombros. Este personaje al que le cuesta trabajo hablar en serio, estaba angustiado en el bar porque sus presentadores no llegaban. Diez minutos después de la hora acordada, uno de los asistentes dijo que uno de los comentaristas avisó que no llegaría pero que envió su texto, con la petición de que lo leyera Carlos Ramírez Vuelvas. OK. Hasta ahí no había tantos problemas.

Pero Vite, que de verdad siempre es pura risa y carcajada, estaba angustiadísimo porque en aquel bar, que es como nuestro populoso Taurino, se presentaría su segundo libro de cuentos. Quería equilibrar la mesa. Le parecía lamentable que un poeta invitado faltara a la presentación y que le cediera el micrófono a otro poeta que ni siquiera había leído el libro. Así es que le dijo a otro cuentista que estaba por ahí desbalagado, Carlos Ortiz, que saliera al quite.

A la hora de hora, leí de rápido el texto de Solís, y de inmediato dejé el micrófono en manos de Carlos Ortiz. Durante diez minutos, Ortiz se dedicó a devanear sobre las ediciones en provincia, luego habló de la selección nacional y finalmente recomendó un pescado al mojo de ajo que vendían a un par de cuadras del sitio. Entonces, Vite, desesperado, le picó las costillas como urgiéndolo a que entrara en materia. Con rostro compungido, Carlos esbozó primero un sonrisita leve, luego una sonrisa nerviosa y finalmente estalló en carcajadas. Nadie se explicaba si estaba borracho o había fumado algo de alegría. Luego Carlos volvió a explicar de su amistad con Vite y dijo que no había leído el libro, pero que amablemente se había prestado para entretener a la concurrencia.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Publica ICM, libro de poesía de Ramírez Vuelvas

El periódico Hechos publicó una nota sobre Calíope baila con el poeta ebrio. La comparto.


El libro de poesía Calíope baila con el poeta ebrio, obra de Carlos Ramírez Vuelvas, profesor de tiempo completo de la Facultad de Letras y Comunicación, fue editado por el Instituto Mexiquense de Cultura, como ganador de la convocatoria para publicación de obra 2009, según dio a conocer en mayo del presente a través de un boletín de prensa.

En este año se publicaron 21 trabajos de distintos géneros, cuatro de ellos de poesía. En ese rubro, el jurado estuvo integrado por los poetas Hernán Bravo Varela, Santiago Matías, Óscar Wong, Silvia Pratt y José Falconi. El volumen está incluido en la colección El corazón y sus confines, formará parte de la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario y será distribuido en todas las librerías Educal del país.

De acuerdo a Ramírez Vuelvas, el libro contiene una serie de poemas de corte amoroso, “escritos en un lenguaje dislocado, con imágenes que se podrían calificar como caóticas, a partir de su música y su sintaxis dispersa. Procuré explorar la realidad amorosa desde un desorden aparente, que a su manera simpatiza con la ambigüedad que plantea lo que llamamos en prosa, una relación de amor. De ahí el título: Calíope, una de las representaciones de la Diosa Madre (nacimiento, memoria, amor, muerte), acompañada, seduciendo, a un poeta que danza desquiciado por ella.”

En ese sentido, el poeta ebrio representa “una especie de monje giróvago, que en su éxtasis de amor comienza a nombrar lo que ve. Me gusta la ambigüedad que puede producir el calificativo ‘ebrio’, el sustito que provocará entre los primeros ingenuos, apegados a una noción burguesa de la realidad. En su sentido profano, ebrio es el estado de éxtasis luego de una revelación, en este caso, amorosa, luego de danzar en un mismo eje, el eje del amor.”

El poemario está dividido en tres secciones: “El poeta ebrio”, “Otras tormentas de verano” y “Musa mata poeta”, en las que “también se rinden algunos homenajes a figuras que han explorado intensamente el discurso amoroso desde distintos puntos, y que son fundamentales para mi propia expresión, como Rubén Darío, Thelonius Monk, Syd Barret, Pablo Neruda, Juan Gelman, William Butler Yeats, entre otros.”

viernes, 6 de noviembre de 2009

Caldo de gallina: Pumas 3, alguienmás 2

Yastá!











http://www.vefutbol.com.mx/notas/21163.html

http://www.jornada.unam.mx/2009/11/06/index.php?section=deportes&article=a43n1dep

martes, 3 de noviembre de 2009

La llegada del otoño


A veces, como hoy, siento que la realidad se me viene encima. Yo quería hablar de Colima. Me gustan sus días nublados porque extraño profundamente sus días de sol. Cada vez me gusta más Colima, aunque cada vez me peleo más con Colima. Antes, recuerdo, era una odisea caminar desde Sevilla del Río hasta el centro de la ciudad: yo tenía 10 años y la oscuridad de los lotes baldíos me invitaba a correr. Hoy, ese mismo recorrido es un paseo dominical. Si uno camina por esa ruta encuentra el largo aparador de restaurantes nuevos. Sentados por ahí, grupos de muchachos al margen de los días, de sus días. La lluvia amenaza con sereno y el calor se esconde debajo de las frondas cada vez más verdes de las parotas que te miran de lejos, despidiendo algo, alguien.

Pero también pensé en la maldita realidad virtual que termina por fascinarme. Eso que falsamente han llamado redes sociales, y es el intercambio ocioso de fotografías, tartamudeos, frases entrecortadas, guiños. Nada es real. La realidad virtual sería la hiperrealización de una teoría más veloz a nuestros conceptos. Un proyecto increíble nunca concretado, y que tal vez contenga en su irrealización sus armas de seducción. Algo parecido a lo real, dirigido a otro sitio de lo real, que nos deja la tristeza de lo que no esperábamos. Des ilusión. Sólo vemos el espejismo de una fe aturdida. Ese es su estado crítico, probablemente el único que nos queda. Nadie negará, el más novedoso.

Sandra piensa en los amigos y su estado ambiguo. Digamos, era una fiesta, los eclipses, los soles, las estrellas. Podríamos describir a todos los amigos reunidos en ese lugar. Su manera de apagarse, de agolparse unos sobre otros, de odiarse sordamente. Ella no quiere aceptarlo pero piensa en la condición humana, eso hasta que una cita de Rumi, creo, me da la razón: estamos habitados no por uno sino por cientos de animales que cambian de piel y nombre todos los días, que cambian de día todas las pieles y se transforman y prevalecen y ya no son tampoco los mismos. Y sin embargo, ¿cómo no querer todo el bosque, o el mar, o la selva, o el enjambre, o la trinchera que habitamos sin reconocer que somos lo mismo de otro modo?

Claro, en algún momento imaginé los viajes. La parte que se va y la que se queda tienen un diálogo disfuncional. El problema es que en medio está uno, contemplando la imposibilidad ser uno, porque el que está por irse mira un horizonte tan amplio que termina por absorberlo; y la parte que se queda ve uno tan pequeño que termina por angustiarlo. Es imposible mantenerse con cierta firmeza sin pasar ratos de desmoronamiento. Uno levanta los pedazos que le quedan para tejer con ellos el traje matutino de los días.

Sin embargo, me gusta aquella historia escrita por tantas voces y tantas tragedias que es un coro griego, hasta la presentación del sorprendente actor que logra la carcajada general de la audiencia. El momento de la risa se confunde con el coro de llantos; el momento de los llantos se vuelve, así de pronto, la risa.

Todo eso, y también la llegada del otoño.

jueves, 29 de octubre de 2009

Manual para escapistas

Ya está impreso el Manual para escapistas, la antología del Taller Literario del Instituto de Cultura de Manzanillo. Ahí el lector encontrará textos de todos los sabores y colores. Prácticamente es el mismo grupo que ha realizado el Festival de Poesía de Manzanillo, sumado a varios amigos más que se han multiplicado con el tiempo. Cuando inició el Primero Festival publiqué un artículo sobre mis amigos Los Escapistas, el mismo que ahora reproduzco para celebrar la aparición de su libro.




LOS ESCAPISTAS HA/CEN

Al hipotético lector que me leyera, quiero decirle que tengo unos amigos viviendo en un puerto, en el Occidente del país. Habitan una casa con vista al mar, cruzada por el tren, adornada por palmeras y un calor saludable hirviendo todo el año. En la apacible marcha de los días, ellos juegan con palabras impresas en los autos, con versos que regalan en el techo de un mercado. Incluso, vestidos de militares, bondadosos pescadores los escuchan declamar la oración del tiempo, la comunión del fuego, la poesía, sobre un buque atracado en el corazón de la ciudad. Aquí late el mar y desde ahí se instala el fervoroso abrazo de los versos.

Al hipotético lector, que ahora juzga lo que escribo, quiero insistir en presentarle a mis amigos. Ellos practican (y ya empezaron a hacerlo público) el placer de degustar ricas viandas, doradas cervezas, transparentes vasos de ligero whiskie, mientras escuchan a poetas entonar las cuerdas del dolor y del silencio, del amor perdido y del gozoso, de los cofres de tesoros y de pañuelos.

Qué forma generosa de contemplar el paso de la vida. Por ahora llamaremos, hipotético lector, a mis amigos, Los Escapistas. No tiene caso detenerse a dilucidar sobre el sentido de los nombres, pero diremos que no basta corazón para nombrarlos. Es, en serio. Adentro de su casa, que es todo un puerto, han instalado una habitación, Casa Malagua, donde empezó todo. Por caracoles libros, por carteles pescados, por cuadernos un salero. Pero no exageremos, ellos siguen leyendo las líneas de las manos que hay dentro del pecho, mientras una carcajada los dirige por el túnel vencido del tiempo.

Ellos, primero ellos, quisieron compartir su gusto por la poesía, y organizaron un Festival. Llegaron hombres y mujeres de la nieve, del desierto, llegaron poetas arropados con libros tersos, volaron los que padecen de nostalgia y del brillo estridente de una juventud a pelo, y Los Escapistas abrieron las venas de su casa, que es todo el puerto, y los llevaron a mercados, a bares, a buques y a conciertos. Es una historia alegre que ahora cuento, hipotético lector, para que sepas, que ellos, mis amigos, convirtieron su casa en una semana escrita a versos.

lunes, 26 de octubre de 2009

Again!

Ahí nos vemos.



Chequen con cuidado la invitación. Quien encuentre el errorcito se lleva un premio sorpresa que deberá recoger en La Puerta.

jueves, 22 de octubre de 2009

El bosque de la noche



Releo El bosque de la noche de Djuna Barnes, y de inmediato se dibuja en mi mente la figura del poeta Rodolfo Meza de la Cruz. Su larga cabellera, sus manos manchadas por la nicotina, su piel cobriza huyendo del sol, tres pastillas de paracetamol bajadas a sorbos de coca cola. Él buscaba la inocencia (es autor de un libro, una miscelánea de géneros llamada La inocencia del escorpión)que en todo momento pulveriza Barnes a través de sus personajes. Imagino la silueta de Rodolfo Meza bajo el sol de Tecomán y su humedad de 40 grados, y no hay comparación con las noches frías de la bohemia parisina de Barnes. Pienso en Rodolfo sacando borrachos de un bar de Guanajuato, y me imagino que la elegancia seductora de Robin no entendería un país como México. ¿Una obra de teatro? Una obra de teatro. Arranco párrafos al azar de El bosque de la noche, y pienso que no hay mejor confesor nocturno que Fray Luis, a menos, claro, que uno imagine las voluptuosidades de Nora y Robin. Al mismo tiempo.

Toda nación con sentido del humor es una nación perdida, como toda mujer con sentido del humor es una mujer perdida


* * * * *

¿Sabe usted lo que el hombre desea realmente? Una de dos: encontrar una mujer bastante tonta como para que se le pueda engañar o amar tanto como para dejarse engañar por ella.

* * * * *


A mí me gusta aquel príncipe que estaba leyendo un libro cuando el verdugo fue a buscarle, le tocó el hombro y le dijo que era la hora, y él, al levantarse, antes de cerrar el libro, puso un abrecartas para señalar la página.

* * * * *

¡Cuidado! En la cama de rey, siempre se encuentra, justo antes de que se convierta en pieza de museo, el excremento de la oveja.

* * * * *

Los que lo aman todo son despreciados por todo. Dondequiera que se les vea, uno advierte en sus ojos grandes y saltones, ese brillo de los metales pulidos en los que no se ve el objeto en sí, sino el movimiento del objeto.

* * * * *

Mi abuela, la que se viste de hombre, la que lleva bombín y un bigote pintado con un corcho quemado. Está aquí, ridícula y regordeta, con un pantalón ceñido y un chaleco rojo. Mi abuela, manipulada como una ruina prehistórica que simboliza la vida fuera de la vida, y que ahora se aparece para simbolizar algo que se asemeja tanto a Robin.

* * * * *

Tienes el humor de una persona en trance de muerte, aunque tienes el olor de la mujer que va parir. Eres una de esas mujeres pequeñas y nerviosas que, se pongan lo que se pongan, parecen niños atormentados. Andas de puntillas hasta al entrar al cuarto de baño para llenar la bañera, nerviosa y andante. Te paras agitada y febril delante de cada objeto de la casa. No tienes sentido del humor, ni paz, ni sosiego. Parece que las pocas palabras que salen de tu boca te las hubieran prestado. De inventar un vocabulario, tendría únicamente las exclamaciones ¡Ah! y ¡Oh! (…) Con tu pasión por ser una persona, profanas el sentido mismo de la personalidad. En lugar de tu ser, advierte la tensión del accidente que hizo del animal un conato de ser humano. Eres una de esas mujeres malas e insignificantes del tiempo, porque no puedes dejar en paz al tiempo, y sin embargo no puedes formar parte de él. Quieres ser todo y no eres causa de nada. Inevitablemente uno te imagina en el acto del amor lanzando floridas exclamaciones propias de la comedia del arte, aunque nadie debería imaginarte en absoluto en el acto del amor.

* * * * *
Algún día, Nora dejará a esta chica; pero aunque las entierren a cada una en un extremo de la Tierra, un mismo perro las encontrara a las dos

miércoles, 21 de octubre de 2009

A la cuenta de nueve


Los compañeros del colectivo DeCafé presentarán su nuevo recopilación de textos, el viernes a las 7:30 de la arde, en Zentralia. Ahí nos vemos!

lunes, 19 de octubre de 2009

Dos libros

La semana pasada me entregaron los ejemplares correspondientes a la publicación de dos libros nuevos.

El libro de poesía Calíope baila con el poeta ebrio, editado por el Instituto Mexiquense de Cultura.



Y el ensayo Los rostros del héroe en la caverna, editado por el Centro de Estudios Literarios de la Universidad de Colima.

Errante corazón urbano





Mi amigo Julio César Zamora Velasco publicará su libro Errante corazón urbano, financiado por la Secretaría de Cultura y editado por Acento. De verdad he visto a Julio rebanarse los sesos y el corazón, y un pedazo del hígado y mucho de los dedos en cada párrafo de su libro. Esperamos, sin saber esperar, que ya salga su libro de las prensas, que lo deje en paz, lindo y mono, el encuadernador. Me pidió que escribiera un texto de presentación. Con todo el cariño que le tengo le regalé las siguientes líneas.

CON JULIO CÉSAR ZAMORA, LA VIDA POR DELANTE


Please allow me to introduce myself
I'm a man of wealth and taste (…)
Pleased to meet you hope you guess my name.
Ah what's puzzling you is the nature of my game.
Mick Jagger, “Sympathy for the devil”.


Delgado, vestido con minuciosa elegancia, guiado por el punto fijo de sus ojos verdes, envuelto en el cobrizo traje de su piel, Julio César Zamora sale otra vez de casa. Su destino pueden ser las calles pero también un recorrido en las montañas, o el campo abierto de un cuerpo femenino, o una cita impuntual con las cosas que suceden: una tarde de café, un juego de billar, la correría contra la furia de una banda enemiga. Tal vez de esa incertidumbre vertiginosa con que el autor enfrenta a la vida, provienen las primeras dificultades para ubicar su prosa, lindes de la poesía y el periodismo, vestigios del ensayo y del relato. ¿O en qué género se situaría el siguiente párrafo, cuando el autor define a “los hombres de la montaña”? “Muchas veces son acompañados por una perdurable incomprensión. Se les juzga de maniáticos o excéntricos por la emoción que les produce una balada, los sonidos de un violonchelo, los ancianos sentados en la plaza y el sabor del vino o del café. Los de la montaña coleccionan libros inéditos, dicen que un hilito de olvido arrastrado es la estampa del hombre, que la lengua es el ensayo de lo desconocido. Saben que el verdadero paraíso no está en el cielo; está sobre los labios de la mujer amada”.

Alguien le dejó a Julio César Zamora la vida para hacer con ella lo que guste. Por eso, según su ánimo, es poeta, pintor, diseñador, carpintero o periodista, porque una escritura así es el testimonio profundo de un hombre y sus circunstancias, no la esgrima de sombras de un estilista del lenguaje. Múltiple y polisémico, como el mural de mil matices donde observa a las muchachas: “Blancos, grises, ocres, verdes, índigos, naranjas, morados, carmines, y todos los matices para Rosa, Ana, Rosalía, Yunuen, y a las que no puedo nombrar, porque no conozco sus nombres pero las imagino en un collage de pátinas, con el recuerdo del perfume, de la voz, de los ojos… cada una vive en mi mural, éste que con el paso de los años adquiere un nuevo matiz, un tono desconocido, y entonces, le invento un nombre”.

Pero absolutamente lírico, se deja atropellar por las palabras, se tropieza consigo mismo, patea las piedras del camino y baila en la cuerda floja del lenguaje de los días. En tanto deja vestigios de agua para las tardes de calor, en una prosa que a fuerzas de amor a la vida se vuelve pura claridad en las pupilas.

También lo he visto escribir. Desasosegado, mientras bebe a sorbos un café, o destapa la siguiente cerveza; reflexivo en la mesa de redacción de un periódico, trazando algunas notas en su libreta, cuando mira el tiempo en un jardín. En estas páginas, cultivadas en el centro de nuestra ciudad, se pueden entrever gotas del café de La Arábica o una que otra de cerveza del Bar La Puerta. Así, incansable y múltiple, sus letras corren por la página al ritmo de su sangre, cuando los días se hacen perfectos montados sobre la piel del mundo, para escuchar y sentir las cosas más sencillas o las más profundas: “Los días perfectos son reales. Escuchar ‘Redemption song’, de Bob Marley, o ‘En mi viejo San Juan’, de Javier Solís. Ah, pero sentir ‘Viva la vida’ de Cold Play, es un himno a la felicidad. Perfecto es la llovizna del amanecer, las calles desiertas y los cafés abiertos; una tarde con música de violonchelo, una libreta y un bolígrafo; de noche, una mujer recargada en una de las columnas del portal. Sonríe. Alguien se acerca a ella…”

A los escenarios se suman los personajes: Kalimán, Jesús, José, Rafael, Mané, Romina, Mariana, Isabel (mujeres, sí, sobre todo mujeres, pero sobre todo mujeres…), y para cada uno de ellos, para cada una de ellas, hay un gesto personal. Julio César Zamora se acerca al mundo con una fiereza personal que hace irrepetible cada testimonio para construir con ellos un hombre nuevo, porque “Hay sombras en el corazón de los errantes: No existe la patria, no existe el hogar ni la mujer amada”.

Lectora, lector, elija al que prefiere, al Diablo, al Parri o a Julio César Zamora.

lunes, 12 de octubre de 2009

Moon party


Cáiganle, es una buena causa. Ahí nos vemos!

martes, 6 de octubre de 2009

San lunes

De todos los días de la semana, ninguno menos día que el lunes. Los más inteligentes lo inician con lagañas en los ojos; los menos son optimistas y miran por la ventana un cielo azul. Es una terrible puerta de entrada a la semana, que al abrirse arrojar contra el cuerpo el sopor del viento cálido contenido en el reloj de arena del tiempo, mientras suelta una carcajada para dictarnos: aún faltan seis días para la gloria del sábado.

Si Dios hubiera hecho el mundo otro día, quizás un romántico jueves o un viernes festivo, el mundo sería distinto y no esta repetición interminable de lunes, que vemos con lentitud hasta en la programación de la radio: es el día favorito de la música culta. Pero no quiero cuestionar la inmensa sabiduría de Dios, que además nos dio en condena ganar el pan con el sudor de la frente y parir a los hijos con dolor. Su tríada perfecta: que los días de trabajo y parto sean de preferencia en lunes, para que estos pecadores entiendan quién es el que manda. Desde entonces, el peso de los lunes sólo se compara con las tablas que a duras penas cargó Moisés.

Tal vez por eso las proezas más importantes en la vida de los hombres comienzan con la leyenda, “era lunes y decidí no hacer lo que tenía pendiente...” Entonces, aquellos valientes comienzan la aventura del día que despertaron crudos, de la mañana del examen al que no asistieron, del juicio que decidieron perder por mera desidia de no salir de casa en lunes. Todavía en calzoncillos, estos héroes del calendario tienen en pago a su victoria, mirar la larga peregrinación de almas compungidas por los días venideros. En tanto que ellos, todavía se soban el estómago disfrutando un delicioso desayuno, tranquilo, de unos jotqueis de mermelada de zarzamoras con crema chantillí.

Cuando es inevitable recorrer las calles para cumplir las obligaciones impuestas por el lunes, siempre se lleva una migraña interna, un resquemor guardado para el día verdadero en que ni las gallinas ponen. Ese dolor de cabeza molestará, mínimo, hasta las nueve o diez de la noche, cuando apoltronados de nuevo en la cama, veamos languidecer con lentitud las 24 horas del lunes. Mientras tanto, el día es un cúmulo invariable de accidentes, de oficios pendientes, de firmas por firmar, de pagos por pagar, de cortes por cortar… El lunes es una repetición insufrible de cosas mundanas, que hasta los sabios museos deciden no abrir para no fastidiar más a los turistas quienes, tremenda paradoja, maldición del lunes, no pueden turistear.

Yo he visto a otros odiar conmigo los lunes. Llegan a su oficina tristes porque perdió su equipo favorito. Las mujeres, de mala gana, prefieren no maquillarse ni usar la blusa escotada que acostumbran para un viernes. Los jóvenes definitivamente no asisten a la clase de las ocho de la mañana. Y hasta los perros prefieren que el calor les escueza el alma más allá del mediodía, nomás para no enterarse de que es otro lunes más encima de su lomo.

domingo, 4 de octubre de 2009

Sobre Una semana con Villa en Canutillo

Hace unos días, nuestro maestro, el Dr. Fernando Curiel, publicó una reseña al libro Una semana en Canutillo. Comparto con ustedes el texto.

Habla Villa

Fernando Curiel

Martes, 29 de septiembre de 2009

Entre el 28 de mayo y el 5 de junio de 1922, Regino Hernández Llergo, jefe de Redacción del periódico El Universal fundado por Félix Fulgencio Palavicini en trance carrancista, entrevistó, en sus hacienda de Canutillo, al norte de Durango, al temible y mítico Francisco Villa. El creador de la División del Norte, el último sobreviviente de los caudillos militares de entraña popular de la Revolución.

Una de las políticas de Palavicini consistía en impulsar los reportajes de largo aliento orientados, los de crítica social, a denunciar los males. Con claridad buscaba conmover a los lectores de clase media.

La entrevista-reportaje tuvo como antecedente inmediato una nota del New York World, aparecida en abril, en la que se especulaba sobre la campaña de Villa para gobernador de Durango.

Para su encuentro con Villa, toda una exclusiva, Hernández Llergo se había hecho acompañar por el reportero gráfico Fernando Sosa y Emilia, una amiga.

La entrevista, pieza fundamental en el examen del villismo, debatida y polémica desde el comienzo, apareció en ocho entregas, en primera plana, del 12 al 18 de junio del mismo año de 1922.

El Universal dio un campanazo de enorme resonancia.

Un año después, el guerrillero caía bajo un reguero de balas emboscadas.

Dos jóvenes y competentes investigadores, Antonio Sierra García y Carlos Ramírez Vuelvas, se dieron a la tarea de editar, íntegra, la histórica entrevista bajo el sello de la Universidad de Colima.

Un botón de muestra.

-¿Y qué tiempo quieren estar ustedes en Canutillo?

-Dos o tres días, general, si a usted no le parece un abuso.

-¿Dos o tres días? ¡No! Eso no les alcanza para nada. Necesitan ustedes quince o veinte días para que se den cuenta de todo... ¡Así tendré tiempo de enseñarles todo!... Ya verán -agregó- cómo tengo yo allí resuelto el problema agrario, que tanto quehacer ha dado a los políticos de mi país, y que es tan sencillo resolver bien cuando uno tiene buena voluntad... En Canutillo, toda mi gente tiene tierras, con sus títulos de propiedad, y todos trabajan, sacan provecho a su terrenito y me ayudan a mí a trabajar con mayores rendimientos. Ellos ganan, yo también, y así vivimos satisfechos: ellos como pequeños propietarios, y yo como el dueño de Canutillo... ¡Todo se puede arreglar cuando se tiene buena voluntad! -añadió acongojado.

Y agregó:

-Ya verán, señores periodistas, lo que es el estado seco en Canutillo... Allí nadie se emborracha, yo he logrado arrancar ese vicio terrible a mis hermanos... Ese vicio, que es la más grande desgracia de mi pueblo y de mi raza.

Y el general Villa hablaba cada vez más conmovido; se veía, en realidad, que cada idea que expresaba la sentía, se le conocía el dolor que le atormentaba cuando se refería a las desgracias de la patria. Y cuando terminó ese interesante periodo sus fuertes ojos, inyectados de sangre, parecieron muy próximos a derramar lágrimas.

¡Ése es el general Villa! Mi palabra de honor.

¿Era sincero, definitivo, el retiro de Francisco Villa a su laboratorio agrario o, en el fondo, suspiraba por la gubernatura o, de plano, por la "grande", la silla a la que ayudó a desmontar tanto a Porfirio Díaz como a Victoriano Huerta?

Ahora bien: ¿qué derroteros siguieron los editores?

En primer término, la edición completa del famoso reportaje, del que a la fecha sólo se habían publicado fragmentos.

En segundo, la realización de un esbozo biográfico del entrevistador tabasqueño, símbolo de todo un periodo del periodismo mexicano desde su arribo a la redacción de El Universal hasta su muerte en 1976, luego de fundar la revista Impacto.

Una observación: Hernández Llergo "en los albores del siglo XX, conservó la tradición de negociar con el presidente la agenda política mediática, mientras hacía del periodismo una poderosa rotativa moderna al participar en la creación de periódicos y revistas como El Globo, El Demócrata, Hoy, Mañana, Todo, Alarma..."

En tercer y último lugar, la revisión de las relaciones de Pancho Villa con el periodismo, relación que dio como fruto la construcción del personaje, del Villa icono de las causas populares y agrarias.

¿Cómo procedió, a juicio de los editores, el joven periodista de 26 años que, sin proponérselo, abría camino ni más ni menos que a uno de los villistas mayores, Martín Luis Guzmán?

Cito, para ilustración del lector de EL FINANCIERO: "El extenso reportaje es una lección de periodismo, en la que el autor utiliza las técnicas del suspense de la novela de folletín con finales abiertos, la duda como ilación de la historia o el énfasis en los momentos de drama, pero también demuestra el dominio de la transcripción en un reportero que debía hacer sus primeras anotaciones en la alcoba de Canutillo".

Forma de neoperiodismo, en suma.

Los símbolos del patriarca




El mes pasado fue publicado el libro Una semana con Villa en Canutillo, de Regino Hernández Llergo, por la Universidad de Colima. Fue una entrevista publicada en 1922, en las páginas de El Universal. Debemos el rescate de la entrevista a Antonio Sierra García. Él y yo trabajamos en un estudio preliminar donde exploramos tres objetivos: 1) La biografía de Regino Hernández Llergo; 2) La construcción mítico simbólica que Regino Hernández realizó sobre Villa al publicar esta entrevista en 1922; y 3) Cómo esa configuración simbólica fue utilizada por la Revolución estatizada para diseñar un modelo patriarcal de gobierno. Más adelante subiré un avance del libro.

sábado, 3 de octubre de 2009

Para iniciar el viaje

Puedo recordar el momento en que escribí este poema. Puedo traerlo de nuevo y compartirlo, porque en verdad fue una sensación hermosa aquello de sentirme lejos, extrañando mi ciudad, ya saben, esta porción de nostalgia con rostros familiares y sitios conocidos y algunas palmeras, el mar, la coronamorfín y todo eso. Llevaba sólo dos meses de andar en Guanajuato (Volps dixit), quiero decir, una temporada de no sé cuántos cientos de horas fuera de Colima, por primera vez. Tenía 20 años en las piernas, de rabia por andar donde fuera y una historia que no podía olvidar de los Royal Welsh Fusiliers a trote sobre la Sierra Madre Occidental. Hacía frío, sí, y seguramente llovía. Estaba en el andén de la central camionera, a la espera de mi turno y escribí:


VIII
Te doy una palabra dulce
ciudad de rumor de carros

Te destierro de ti

Deja que la niebla pueble las calles
y se escuche en los oídos las palabras de amargura

Así abandonada desde ahora te escribo

Nadie como tú
sabe los nombres de la distancia

Después me enteré que el escritor Francisco Blanco Figueroa utilizó este poema en su libro Elogios a Colima, para saludar a su estado natal luego de una vida viajera. Recordar todo esto, me parece, es una buena forma de iniciar el viaje.