miércoles, 29 de diciembre de 2010

miércoles, 22 de diciembre de 2010

21 días en Dublín/ IV


Though I am old with wandering
Through hollow lands and hilly lands,
I will find out where she has gone,
And kiss her lips and take her hands;
And walk among long dappled grass,
And pluck till time and times are done
The silver apples of the moon,
The golden apples of the sun.
W. B. Yeats

martes, 21 de diciembre de 2010

21 días en Dublín/ III



Next morning I went up into the room. Snowdrops
And candles soothed the bedside; I saw him
For the first time in six weeks. Paler now,

Wearing a poppy bruise on the left temple,
He lay in the four foot box as in a cot.
No gaudy scars, the bumper knocked him clear.
Seamus Heany

lunes, 20 de diciembre de 2010

21 días en Dublín/ II


You have listened to the great,
And yet you wait
To comfort me
In my lone house of poetry.
Patrick Kavanagh








domingo, 19 de diciembre de 2010

21 días en Dublín/ I





"We crossed the Liffey in the ferryboat, paying our toll to be transported in the company of two labourers and a little Jew with a bag. We were serious to the point of solemnity, but once during the short voyage our eyes met and we laughed. When we landed we watched the discharging of the graceful threemaster which we had observed from the other quay". James Joyce.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Dos veces con Julieta Venegas




En la primera salen Julieta Venegas, el gran Pepe Ferruzca y su hijita, Natalita. En la segunda salen Julieta Venegas, yomero y Natalita. Como se verá, en ambos casos, es bastante discutible la calidad de los fotógrafos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Las bondades


Loadas sean las costas. Las huellas que siembran las muchachas, sus sombreros de paja. Loadas las guitarras, las sandías, tocando el crepúsculo y el alba. Salve la desnudez, el nácar, los animales marinos que nutren su lengua ominosa en la espuma. Loado el reflejo del sol, luz de un lirio sobre el agua. Y las sonatas de membrillo en la sonrisa de los niños. Salve el primer día de fuego en los campos, los frutos que iluminan dulcemente los surcos. Loadas sean las hojas y las costras privadas de la Madreselva. El perfume total de los Pinos, su arrogante belleza. Salve la magia del batallón, las Orquídeas, el Musgo vivo. Loada la plaza que se alfombra con golpes de naranjas. Salve la casa que el tiempo deforma con el viento. Los violines de la tarde que vienen al bostezo. Loada la paciencia de los rezos, las manos del abuelo. Loado el hombre que cuenta con los dedos del cuerpo su número de hijos. Loadas las bestias que avanzan con paso divertido, detrás de otras bestias con el yermo florido. Salve al deseo, al cinturón, al arco, a los sexos. Loado el rojo de las manzanas, el jugo y la pulpa semejantes al instante en que la sed y el hambre pierden sentido. Loada sea la muerte de todo esto, que es el aguanieve constancia del ciclo. Loada ya la luna, el fin del lapis con que escribo, la luna oscura de un entierro, enterrada en el pecho como hoz, línea curva que parte al firmamento oscurecido. Loado el seco rumor del espejismo que refleja la línea del cuchillo. Loado quien sepa que ahora mismo, la vida es también grande y pequeña, ahora mismo.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Ningún amigo me creerá...

Ningún amigo me creerá cuando le diga
que me he vuelto más viejo.
Los que están debajo de las piedras y me aman,
los desvalidos, los angustiados en la cama de fuego del amor,
los que se guarecen a la sombra de árboles distantes,
recordarán mi espalda como un alto farallón de mediodía.

Primero era la casa que tuve frente al mar,
entre los árboles que el sol teme, en el abismo
propio de este llanto gozoso, en el diamante
diurno del sudor. Era mi casa una isla descansando
en un verano permanente, eran ventanas que se abren
como dos pupilas. En el brazo largo del corredor marino,
qué desolación llegaba después de la alegría acumulada.
Cuánto verano, una y otra vez, se estremecía en los fruteros
y en los hombros de magníficas muchachas.

Primero era la casa, la memoria, la palabra
como un secreto aprendido a plena luz del día,
luminoso y breve como un beso en la frente,
guardado con bravura entre el corazón y el pecho.
La palabra que habrán dicho mis abuelos,
y que me escribe orgullosa con un orgullo alto
que ensombrece al cielo. Un terrible guayacán
montaña arriba. Un salto de ocelote viejo,
aún más alto. Ea, ea, ea, escuchen el bellísimo español
de mi abuela, cuando deja en piel mansa
la amenaza de las fieras. Ey, el silbar del curricán
sobre la espuma y la arena, mi abuelo
funde agua con las piedras. Ea, esta desesperada
sensación que uno siente cuando escribe
un verso en español capaz de someter a la tormenta.

Y eso era todo. Llegaban mis amigos
a recoger violetas, espléndidos geranios, silenciosas perlas.
Ellos venían con el trópico a cuestas, o se les veía llegar
con el trópico vibrando en sus piernas. Y el día era más limpio,
una hoja purísima de poesía cantando, de cuánta claridad estaba llena.
Llegaban desconocidos, sombras de envidia, sombreros deshilachados,
piernas, sonrisas escondidas, todos llegaban
a la terraza para contemplar el paso de la vida.
Y en mi casa, la única, se bebía ron o agua de frutas
y se apagaban con el sol la luz de las linternas.
En la solariega mansedumbre de los días de fiesta,
entraba un poeta con un aterrador aliento a mar,
dejando mar en sus huellas. Entraba un amigo,
unas rosas delirando en las venas, daba tumbos su delicado nombre
en nuestras lenguas, donde la soledad crecía dura y lacerante como espina.
Y él descalzo, con el corazón descalzo, avanzaba sobre el fuego, entre las llamas
para inquietar a las sirvientas. Llegaba un caballo vigoroso disfrazado de nostalgia
para atrapar con su lomo los ríos de la selva. Era mi amigo que cultiva en su herencia
un poco de amargor para alegrar las fiestas.

Era todo. La casa del día se iluminaba con mujeres, siemprevivas,
con panderetas, con siringas. Y cuando la zafra lloraba su pena negra,
cuando el día endurecía el humo de sus ojos, las muchachas
corrían como buscando espasmos, bebiendo en cocoteros
algo, alguna cosa, un recuerdo al menos que dijera el semen de marinos.
Ellas iban calle arriba tras el llanto de los hombres. Ellas recogían
el licor de nuestro llanto, y lo untaban al cabello mientras el aire
se llenaba de pescados, de mariscos, de carne y de manteca.
Y eso era todo. El cielo encendía su bocanada silvestre
y sosegaba el calor su sed con el agua oscura de las nubes,
y la casa era un silencio para el feliz letargo de las moscas.

De noche en noche también llegaban
noticias de malaria. De vez en cuando
estallaban espléndidas primaveras, como si nadie lo supiera.
Y el mar tendía otra vez su sábana salina,
y en la sombra letal de los caudales,
soportando el arribo de la ventisca,
verdes de tanto trópico enfebrecido, las jóvenes parejas
se acostaban a destilar la suave luz del ojo en la mirada de otro,
y a cosechar limpiamente el amor entre sus muslos.

Eso era todo, amada lengua, casa de la memoria
y los pericos. Eso era todo, elegante palmera.
Buena mano de tierra llena, todo era sencillo, como la pasión
meciéndose en nubiles pechos, en la piel, en los fruteros.
Hachazo en el cedro, qué más, fuego al musgo seco,
oh ceiba, oh tabachín de mil lenguas, oh mediodía que lanzas
perfectos gritos diamantinos a la frente de tus hijos, qué más
agua total. A qué llorar con el aullido solo y ambarino de los grillos.
Otoño, madreselva, árbol de pan. Qué más si era todo,
si todo era, oquedad de silencio verde corriendo en medio de la selva.

Desde esta altísima ceguera donde escribo.
Desde esta noche altísima en que me bebo solo.
Desde este dolor clavado en mi sombra.
Desde este lamento en que la luz se aleja,
este mar turbio del sueño diario, ácido en las venas.
Ningún amigo me creerá cuando le diga
que me he vuelto más viejo. Que hubo días
de tal remordimiento, que olvidé sus nombres y sus fechas.
Río, no te detengas.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Dos tipos de cuidado en Madrid

En esta ocasión la lente inquieta de Omar Pimienta, nos presenta las siguientes instantáneas de dos tipos de cuidado por Madrid. Al primo, un agradecimiento enorme por sus días en la capital de Spañia.








jueves, 18 de noviembre de 2010

Presentación de libro

Mientras tanto en la Ciudad de las Palmeras...
Otra excelente fotógrafa, Saraí Ramírez Vuelvas, nos regala una serie de instantáneas sobre el académico José Luis Ramírez Dominguez. Como se podrá apreciar, las imágenes presentan al escritor, justo en los momentos cuando se leían los comentarios a su último impreso, Vizcarra, Gesta universitaria en la Revolución, en la Hemeroteca y Archivo Histórico de la Universidad de Colima. La crónica oficial del evento, pueder ser leída en el siguiente boletín.












Lectura de poemas de Omar Pimienta

Los buenos oficios de la fotógrafa Sandra Velazquez Alcaraz, además de su talento innato para la video cámara, nos regalan las siguientes imágenes de la lectura de Omar Pimienta en Casa América, dentro del ciclo La estafeta del viento, que organiza dicha institución. En las primeras tomas, podrán observar algunos de los personajes implicados en el evento; al finalizar, las virtudes camariles de San, nos regalan un video sui generis donde el espectador se puede deleitar, con la conmovedora lectura del poeta tijuanense.