jueves, 24 de junio de 2010

…Sobre el tema del “descubrimiento de América” o el “encuentro de dos mundos”, habría que asumir que nosotros, en pleno siglo XXI, somos el resultado de esa blasfemia inevitable. Hemos tratado de superar el asunto con demasiados eufemismos, como los anteriores. Hemos dicho que la trepidación de las culturas indígenas era necesaria para la llegada de la civilización occidental; hemos dicho que por fortuna el cristianismo nos legó una de las formas más flexibles de pensamiento bajo convicciones morales progresistas, distintas al difundido canibalismo indígena; hemos avalado nuestro holocausto a favor de la construcción de identidades nacionales que, a doscientos años de distancia, han mostrado que, pese a sus sentimientos de culpa que los impulsa a seguir adelante (nutridos por el afán de alcanzar a Occidente, por el moralismo cristiano y por nuestra convicción política basada en las buenas costumbres) apenas hemos logrado ser la sombra del movimiento estético que no es más propio, el muralismo: imágenes fastuosas construidas sobre la nada, que representan un crisol sumamente confuso (pero bien trazado) de una sociedad deforme.

Aún más. Hemos cometido el error de no llegar a fondo en nuestra interpretación de nosotros mismos. Y el peso de nuestra propia ignominia nos ha llevado a tocar fondo. Somos diecinueve naciones que, a falta de verdaderos valores identitarios, nos hemos dejado llevar por los peores valores de la ideologización inmediata de los valores mediatos del mundo. Necesitamos, al menos, un acto de contrición que nos permita asumir que el pasado indígena no es tan ajeno como a cualquier habitante del mundo, aunque somos conscientes que las circunstancias nos sitúan como el futuro de ese pasado destrozado. Es un drama que debemos entregar al museo de los horrores del mundo, porque ya no nos pertenece: debe ser visto como una tortura para quienes aún predican el expansionismo. Y al igual que nos es ajeno el pasado indígena, también es un exotismo los horizontes europeo y anglosajón, que se han disputado fervientemente nuestra hegemonía. Para nosotros, Europa y Estados Unidos de Norteamérica, son territorios exóticos que no terminan de pertenecernos. De hecho, nosotros sólo podemos ser en presente imperfecto, en futuro continuo…

martes, 22 de junio de 2010

De las sotas que no se publicaron 2

Memoria kitsch

Recuerdo que veía la televisión con una camiseta de Thunder Cats puesta. Recuerdo que también tenía un par de tenis con forma de carrito o Panam, según las fechas. Recuerdo que en la televisión colimota en ciernes, me gustaba ver el canal Once donde se transmitía el programa Cosas de Colima, que dirigía Roberto Levy con un sentido del humor pegajoso. La cortinilla del canal era genial, por su voz desgarbada y antimelodiosa: “Once, once, donde Colima se veeeee”, cuyas sílabas se prolongaban hasta cerrar en un berrido. Recuerdo que ahí mismo veía, cuando me sentía rebelde, a El Cerillazo y aquellas cejas encrespadas de Arturo Hernández que cantaba detrás del humo de aire comprimido el éxito de El hombre de la tregua, con un redoble de tambores que recuerdo me recordaban a la canción Botas Negras de Radio Kaos.

Recuerdo que en la radio se anunciaba un concierto maratónico, la primera vez que irían Caifanes a Colima, para estrenar una de las tantas remodelaciones del duro de remodelar Auditorio de la Unidad Morelos, donde siempre perdía el equipo de basquetbol, Limoneros. O no siempre perdían: recuerdo unas semifinales contra los lechugeros de Durango, aunque la verdad ahora no me acuerdo si era exactamente ese su nombre. La gente coreaba a gritos y porras el nombre del equipo, y mi padre y sus amigos compraban cerveza cuando yo trataba de mercar una bolsa de papas fritas. Recuerdo que también veía a Los Palmeros y aun delantero temible, de apellido Moreno, y había otro jugador al que apodaban el Robocop Ramírez. Recuerdo que el dueño del club era don Rafael Rebolledo, propietario de la Tienda del Deportista, que luego se asoció con Jimmy Goldsmith. Recuerdo que Los Palmeros llegaron hasta segunda división nacional y, ese mismo año, regresaron a la tercera de donde, tal vez, no debieron haber salido nunca. En tercera el equipo rebosaba mística, en la segunda compasión.

Recuerdo que yo también jugaba futbol, como defensa. Primero lo hice con el infame Domene, que nunca pasó del tercer lugar de la tabla de posiciones, si se mira la tabla de posiciones de abajo hacia arriba. Después lo hice como delantero para el equipo Halcones. Era un delantero retrasado que jugaba más de diez que de punta, y que en una ocasión tuvo la oportunidad de empatar al equipo más fuerte del torneo, Campoverde, pero --y esto lastimosamente no lo puedo olvidar-- fallé el penalti decisivo. Recuerdo que vinieron, en apariencia, tiempos mejores cuando pasé al Estrella Roja en las ligas juveniles.

Recuerdo mi sombre proyectada por un sol despiadado a las tres de la tarde, sobre un campo de tierra sólida y salitrosa. Recuerdo casi todos los nombres de los amigos que ahí conocí, y a la gente que dirigía al equipo, encabezada por Edgar Noé Torres Campos, que nos hacía sufrir mientras corríamos por las veredas de La Cumbre. Recuerdo que en una ocasión jugamos en un preliminar de Palmeros. Recuerdo que jugamos en Manzanillo contra el segundo equipo del León de primera división. Recuerdo que ganamos torneos en Guadalajara y en Aguascalientes. Recuerdo el medio campo y la ofensiva tortuosa que armábamos Demy Salcedo, Ernesto Pasarín, Carlos Alcaraz, Tutus Barreto, Martín del Campo, Víctor Hugo Chávez Arcega y yo, como medio de contención.

Recuerdo que el país se paralizaba con el futbol. Los epónimos de los niños eran un montón de jugadores a los que la mano de César Luis Menotti bendijo, hasta que el argentino se cansó de discutir con las televisoras del país. Mal encarados (kilómetros de distancia de Beckham), Claudio Suárez y Nacho Ambríz representaba la versión futbolera de Guadalupe Esparza, que llenó con su grupo Bronco la Plaza de Toros México en el concierto que después sería mi primer CD.

Recuerdo que Colima siempre ha sido grandioso. Recuerdo que me gusta caminar de noche desde el centro de la ciudad hasta mi casa, en las cercanías del que se llamaba Anillo Periférico, y que ha perdido ese mote de modernidad ampulosa para quedar en el predio urbano de la Avenida Felipe Sevilla del Río, donde había un club de fines de semana con muchos signos de interrogación de por medio. Lo recuerdo ahora que busco entre las calles los pasos perdidos de mi infancia.

viernes, 18 de junio de 2010

De las sotas que no se publicaron

Sota de bastos

Para Juan Diego Suárez Dávila

Manifiesto de la buhardilla

Carlos Ramírez Vuelvas

Desde la buharda, Bofa (como ha decidido llamarse el sofá), San y yo, nos manifestamos de manera rotunda contra el triunfo del Inter de Milán en la final pasada de la Champions League, donde derrotaron --sin nunca merecerlo-- por dos goles, al épico e ingenuo equipo alemán, Bayern München. Bofa, San y yo, queremos hacer público nuestro descontento por el sistema de futbol promovido por Joseph Mourinho, director técnico del Inter y próximamente del Real Madrid. A este hombre, en lo sucesivo, lo llamaremos de manera despectiva El apocalíptico, por su vocación jinetera, bandolera y poco reveladora de lo que debe ser el futbol, que él confunde con esa vocación de estratagemas para ensuciar el campo donde se practica del deporte más hermoso del mundo.

El Apocalíptico ya ha hecho manifiesto su beneplácito porque, a pesar de no practicar el verdadero futbol, puede hacer campeones de futbol a una sarta de peleles a los que maneja a placer en tardes llenas de satisfacción para aquellas personas que también han de preferir agua de boñiga en la mesa antes que un vino tinto robusto y vigoroso. A esta incapacidad para distinguir lo causal del efecto (en este caso el buen futbol por el triunfo) Hannah Arendt le llama “discernimiento”, como también lo llamaría el maestro sufí Idries Shah. Por eso nadie más entendedor del futbol que los fanáticos del Atlas o del Atlético de Madrid, aunque sus equipos no siempre sean los mejores exponentes de ese mismo buen futbol.

En la infausta tarde del último sábado, El Apocalíptico derrotó a su mentor, el holandés Loui Van Gaal que, días antes, desprevenido de la diplomacia que requiere el momento, y de manera natural aseguró: “no pensé que Mourinho se convirtiera en un buen técnico de futbol”. Lo dijo Van Gaal, que revolucionó las fuerzas básicas del Ajax cuando su estilo parecía alejarse de la prédica del futbol total, el mismo que también comenzó la fiesta catalana del Barçelona hasta convertir al Regal Equipo en la máquina del jogo bonito. Por cierto, una anécdota que alimenta a la mitología futbolera: maestro y alumno, Van Gaal y Mourinho, dirigieron al prodigioso Barça de la temporada 1998-1999.

Los buenos aficionados al futbol deberían sumarse a esta manifestación de la buhardilla. Pero, oh hipocresía humana, a pesar de que ahora el futbol del Inter de Milán significa la muerte del futbol, me temo que nadie sería capaz de renunciar a una victoria por un purismo heterodoxo pero alegremente sincero. No he conocido fanático que, ante el triunfo de su equipo, renuncie a él con el noble argumento de que su escuadra no jugó buen futbol, y que practica en la cancha un sistema feo, feo, feo, como el de aquel Necaxa de Manolo Lapuente, en la década perdida del futbol mexicano, cuando todo lo ganaban los rayados. En México este entrenador, ahora fichado para el América, debe ser considerado un protoapocalíptico.

Por amor al futbol habría que lamentar este tipo de triunfos, en verdad contra natura al futbol. Por eso festejo la salida del Tuca Ferreti de los Pumas, un entrenador dubitativo entre tomarse un agua de horchata caliente o una cerveza fría Pacífico. Si lo tienta el cerebro, su equipo jugará aguado como la horchata caliente; pero si hay una buena tarde, el delirio lo llevará a golear al Atlante mientras se deleita con una Pacífico a punto de helar.

Espero que con los Pumas no venga nadie que sea siquiera la sombra de alguno de los apocalípticos del futbol. Que venga un entrenador que los haga jugar verdadero futbol. Verdadero futbol, digo, como el de aquel Estrella Roja de 1996. ¿El Estrella Roja de Belgrado, dice? No, amigo, para nada: el Estrella Roja de Villa de Álvarez, categoría juvenil B, cuatro veces campeón en los campos llaneros de la capital del sopito.

miércoles, 16 de junio de 2010

Bar Los Camellos y Avenida Constitución



Foto de Marco Antonio Bricio


Allá, de donde yo soy, me gustaba un bar que no era un bar sino una palapa en una avenida con aires de postal californiana sobre una calle de San Miguel Allende, Guanajuato. Así, y más, es Colima. El sitio se llama (o se llamaba, quién sabe) Los Camellos. Éramos pocos sus parroquianos, pocos e infieles. Pero me gustaba ir ahí, decía, con mis amigos para beber un par de cervezas y ver los partidos de futbol. En ningún otro lugar del mundo he probado las frutas secas que ahí servían de botana. Esas cosas, ahora, son las que duelen.

sábado, 12 de junio de 2010

He visto a mi mujer plena

un cuadro de Watteau
en una fiesta de pájaros
mientras recibe noticias
de que nieva
en las montañas de Canadá

La he visto orgullosa
de llevar su piel y la luz peligrosa de
su mirada y la belleza apenas
encrespada de su cabellera
húmeda

¿has pensado en el filo
que despunta en los pinos
del camino a Cantabria
que traza exacto
su perfil sobre ese
cielo de un azul
desconocido?

La he visto
/totalmente/absolutamente/completamente/arrobadoramente/
plena

dirás la vida el amor la muerte
y otras noticias aprendidas
en la infancia y a pesar de ello
también la vida el amor la muerte

Pero aún así utiliza
mi nombre de jubón
para cubrir
su sexo los días
de menguo

domingo, 6 de junio de 2010

La casa de Robert Graves






La Diosa Blanca


José Emilio Pacheco


Porque sabe cuánto la quiero y cómo hablo de ella en su ausencia,
la nieve vino a despedirme.
Pintó de Brueghel los árboles.
Hizo dibujo de Hosukai el campo sombrío.

Imposible dar gusto a todos.
La nieve que para mí es la diosa, la novia,
Astarté, Diana, la eterna muchacha,
para otros es la enemiga, la bruja, la condenable a la hoguera.
Estorba sus labores y sus ganancias.
La odian por verla tanto y haber crecido con ella.
La relacionan con el sudario y la muerte.

A mis ojos en cambio es la joven vida, la Diosa Blanca
que abre los brazos y nos envuelve por un segundo y se marcha.
Le digo adiós, hasta luego, espero volver a verte algún día.
Adiós, espuma del aire, isla que dura un instante.

Requiem por Milenio Colima


Hace unos días me escribió Josué Solís para decirme que no enviara otra "Sota de bastos", la columna que aparecía en la versión local del suplemento Laberinto, de Milenio Colima. Me dijo que el periódico se dejaría de imprimir durante un par de semanas, mientras arreglaban asuntos técnicos. A los pocos días, Josué me dijo, por el msn, que Milenio Colima no aparecería nunca más.
En Laberinto, "Sota de bastos" apareció de manera ininterrumpida (si se imprimía el suplemento) desde marzo del 2009, cuando Josué se hizo cargo de su edición. Disfruté muchísimo la escritura de las Sotas. Me permitieron conversar con amigos, desde distintos puntos de vista. Discutir con personas que no conozco. Pensar. Divertirme. Renegar. Todo esas cosas que me gustan. Con la noticia del cierre del periódico, recordé cómo, entusiasmadísimo, mi amigo Alejandro Morales me habló, a la que era mi casa en el DF, en el verano de 2005, para decirme: "quiero invitarte a que hagamos una revolución..." Era la invitación para que fuera su asistente en el cierre de edición de Milenio Colima. Yo estaba indeciso en muchas cosas, pero desde entonces traté de colaborar con el periódico. Recuerdo que ahí publiqué una entrevista con Emanuel Carballo, donde decía que se hizo escritor en Manzanillo.
Creo que, como en otras ocasiones, Jaime Obispo sintentizó, con las palabras exactas de un poeta, lo que ha sucedido. El cierre de Milenio Colima no habla muy bien de Colima.