viernes, 18 de junio de 2010

De las sotas que no se publicaron

Sota de bastos

Para Juan Diego Suárez Dávila

Manifiesto de la buhardilla

Carlos Ramírez Vuelvas

Desde la buharda, Bofa (como ha decidido llamarse el sofá), San y yo, nos manifestamos de manera rotunda contra el triunfo del Inter de Milán en la final pasada de la Champions League, donde derrotaron --sin nunca merecerlo-- por dos goles, al épico e ingenuo equipo alemán, Bayern München. Bofa, San y yo, queremos hacer público nuestro descontento por el sistema de futbol promovido por Joseph Mourinho, director técnico del Inter y próximamente del Real Madrid. A este hombre, en lo sucesivo, lo llamaremos de manera despectiva El apocalíptico, por su vocación jinetera, bandolera y poco reveladora de lo que debe ser el futbol, que él confunde con esa vocación de estratagemas para ensuciar el campo donde se practica del deporte más hermoso del mundo.

El Apocalíptico ya ha hecho manifiesto su beneplácito porque, a pesar de no practicar el verdadero futbol, puede hacer campeones de futbol a una sarta de peleles a los que maneja a placer en tardes llenas de satisfacción para aquellas personas que también han de preferir agua de boñiga en la mesa antes que un vino tinto robusto y vigoroso. A esta incapacidad para distinguir lo causal del efecto (en este caso el buen futbol por el triunfo) Hannah Arendt le llama “discernimiento”, como también lo llamaría el maestro sufí Idries Shah. Por eso nadie más entendedor del futbol que los fanáticos del Atlas o del Atlético de Madrid, aunque sus equipos no siempre sean los mejores exponentes de ese mismo buen futbol.

En la infausta tarde del último sábado, El Apocalíptico derrotó a su mentor, el holandés Loui Van Gaal que, días antes, desprevenido de la diplomacia que requiere el momento, y de manera natural aseguró: “no pensé que Mourinho se convirtiera en un buen técnico de futbol”. Lo dijo Van Gaal, que revolucionó las fuerzas básicas del Ajax cuando su estilo parecía alejarse de la prédica del futbol total, el mismo que también comenzó la fiesta catalana del Barçelona hasta convertir al Regal Equipo en la máquina del jogo bonito. Por cierto, una anécdota que alimenta a la mitología futbolera: maestro y alumno, Van Gaal y Mourinho, dirigieron al prodigioso Barça de la temporada 1998-1999.

Los buenos aficionados al futbol deberían sumarse a esta manifestación de la buhardilla. Pero, oh hipocresía humana, a pesar de que ahora el futbol del Inter de Milán significa la muerte del futbol, me temo que nadie sería capaz de renunciar a una victoria por un purismo heterodoxo pero alegremente sincero. No he conocido fanático que, ante el triunfo de su equipo, renuncie a él con el noble argumento de que su escuadra no jugó buen futbol, y que practica en la cancha un sistema feo, feo, feo, como el de aquel Necaxa de Manolo Lapuente, en la década perdida del futbol mexicano, cuando todo lo ganaban los rayados. En México este entrenador, ahora fichado para el América, debe ser considerado un protoapocalíptico.

Por amor al futbol habría que lamentar este tipo de triunfos, en verdad contra natura al futbol. Por eso festejo la salida del Tuca Ferreti de los Pumas, un entrenador dubitativo entre tomarse un agua de horchata caliente o una cerveza fría Pacífico. Si lo tienta el cerebro, su equipo jugará aguado como la horchata caliente; pero si hay una buena tarde, el delirio lo llevará a golear al Atlante mientras se deleita con una Pacífico a punto de helar.

Espero que con los Pumas no venga nadie que sea siquiera la sombra de alguno de los apocalípticos del futbol. Que venga un entrenador que los haga jugar verdadero futbol. Verdadero futbol, digo, como el de aquel Estrella Roja de 1996. ¿El Estrella Roja de Belgrado, dice? No, amigo, para nada: el Estrella Roja de Villa de Álvarez, categoría juvenil B, cuatro veces campeón en los campos llaneros de la capital del sopito.

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