miércoles, 18 de noviembre de 2009

Presentaciones de libros




Creo que lo leí aunque de cualquier forma estoy seguro, las presentaciones de libros deberían ser un género literario. Tiene sus propias normas y hay verdaderos maestros en su escritura. Recuerdo clarito, eso sí, el texto de Gabriel Zaid en el que desenmascara a Carlos Monsiváis como presentador de libros, al demostrar que había utilizado el mismo texto para presentar, en actos diferentes, a un poeta de Tulancingo y a las obras completas de Ramón López Velarde.

Tengo muchas anécdotas al respecto. Según mis últimas estadísticas, he presentado 5 mil 929 libros, y mi cifra sólo es superada por el maestro Víctor Gil Castañeda Moy, a quien estimo mucho y por eso no me incomoda su ventaja. Eso sí, todos los días, diario, me esfuerzo por mejorar mis números. Pero es que el maestro Gil es imparable: casi no hay libro que no se precie de serlo, que no lo presente él. Yo he escrito varios improperios. En algunos casos, releo los libros que presenté y ya no reconozco sus palabras, ni las palabras que dije sobre ellos.

Recuerdo que he sido sumamente injusto con algunos, y que mis peores textos son los que dediqué para los libros de amigos. ¿Cómo se debería presentar el libro de un amigo? Yo procuro leer sinceramente el contenido, y no siempre coincide el cariño a la persona con el gusto literario. Entro en dilemas y me voy por la tangente. Pero cuando es real el gusto por el texto, sé que nadie tomará en cuenta mis palabras y mi boca tendrá un tufo a cebollazo.

Ahora las presentaciones compiten con las bodas exóticas, y hay quienes deberían tener sus capillas rápidas como en Las Vegas, para escribir textos de presentación de libros. Además, hay quienes deberían cobrar por sus textos, y otros que deberían pagar por ser escuchados. Seguro los autores han de pensar, “si los Tigres del Norte presentan su último disco en un avión, por qué no habría yo de leer mis últimas poesías en montado en un camello rumbo a Ixtlahuacán”. Cada quien lo suyo. Yo he visto presentaciones en bares, en barcos, en plazas comerciales, en cementerios, en ferias y hasta en asilos.

Pero la presentación más singular a la que he asistido fue la del libro de cuentos Oscuro latir, de Federico Vite. Se realizó en el Bar del Puerto, en Acapulco, Guerrero, durante el Primer Encuentro de Escritores del Pacífico. Para quienes no conocen a Vite, debo decirles que es una mezcla de Jack Sparrow y Tin tan sin su carnal Marcelo. Moreno y desgarbado, sobre su frente cuelga un mechón blanco, que casi nunca se pierde en su abundante cabellera negra que le llega casi hasta los hombros. Este personaje al que le cuesta trabajo hablar en serio, estaba angustiado en el bar porque sus presentadores no llegaban. Diez minutos después de la hora acordada, uno de los asistentes dijo que uno de los comentaristas avisó que no llegaría pero que envió su texto, con la petición de que lo leyera Carlos Ramírez Vuelvas. OK. Hasta ahí no había tantos problemas.

Pero Vite, que de verdad siempre es pura risa y carcajada, estaba angustiadísimo porque en aquel bar, que es como nuestro populoso Taurino, se presentaría su segundo libro de cuentos. Quería equilibrar la mesa. Le parecía lamentable que un poeta invitado faltara a la presentación y que le cediera el micrófono a otro poeta que ni siquiera había leído el libro. Así es que le dijo a otro cuentista que estaba por ahí desbalagado, Carlos Ortiz, que saliera al quite.

A la hora de hora, leí de rápido el texto de Solís, y de inmediato dejé el micrófono en manos de Carlos Ortiz. Durante diez minutos, Ortiz se dedicó a devanear sobre las ediciones en provincia, luego habló de la selección nacional y finalmente recomendó un pescado al mojo de ajo que vendían a un par de cuadras del sitio. Entonces, Vite, desesperado, le picó las costillas como urgiéndolo a que entrara en materia. Con rostro compungido, Carlos esbozó primero un sonrisita leve, luego una sonrisa nerviosa y finalmente estalló en carcajadas. Nadie se explicaba si estaba borracho o había fumado algo de alegría. Luego Carlos volvió a explicar de su amistad con Vite y dijo que no había leído el libro, pero que amablemente se había prestado para entretener a la concurrencia.

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