sábado, 21 de noviembre de 2009

Adiós a la imaginación

Lo lamentable de la crítica actual es su poca imaginación, y en eso se parece al ejercicio de la política de moda: utiliza los mismos argumentos del pasado para resolver problemas que no ha sabido, nunca, situar. Nadie está dispuesto a dar un salto al vacío a través de la aventura de lo no dicho, a través de las ausencias que nos acosan, para mirar de veras un mundo más amable (o más cercano a la experiencia del mundo) en herencia al porvenir. Se malbaratan ideas que ya están en venta, y es sabido que sólo el Diablo es capaz de comprar a destajo hasta dos veces el alma antes adquirida.

¿Quién es el primero en dar fe a la intuición antes que al positivismo? Por mi parte, cambio herramientas desgastadas del método cartesiano por o dos tres cuerpos de amor de Modigliani. Una sola, de las muchas carencias, de las leyes del hombre por un atardecer de la música de Duke Ellington. Nadie apuesta ahora por la imaginación y la fantasía, sino por lo monótono, lo ya construido, lo seguro: semejante al fin de la Edad Media, aquella que cada vez es más nuestro reflejo.

En mis vistas al siglo XIX aparece el mismo listado de cuentas por saldar, sí, pero también de problemas planteados. Pareciera que salvo la moda, no hemos avanzado en término de ideas; si acaso en el término de las ideas. Y aunque se me tilde de apocalíptico, no dejo de pensar que estamos por cerrar un ciclo en agonía. Crisis de hipótesis, metástasis mental, cáncer del pensamiento: la crítica social del posmodernismo sigue pensando en cómo encender al ferrocarril (¡oh, el Progreso!) del Porfiriato.

Mientras tanto también acumulamos otras enfermedades, mutaciones del odio y la envidia, la intolerancia y el orgullo vacuo, ego en agonía y auto celebración mortuoria. Los días siguen su curso en una curva interminable alrededor del mundo y miramos crecer nuevas especies de dengue, de influenza y de malaria. Nos vacunamos contra el temor a través de otros excesos para saber si aún podemos palpar esa parte de humanidad que defendimos, algún momento, con entereza: jóvenes hermosos corriendo por las playas, parejas haciendo limpiamente el amor en los bosques, niños que juegan desnudos en la arena.

Habría que llenar de flores las oficinas municipales, tan pobres de presupuestos y empleos, llevar música a las plazas cívicas donde se manifiesta el encono y el rencor. Habría que cambiar el chismorreo de nuestros discursos culturales por algo que de verdad sangre, que sea torrencial como las lluvias torrenciales de agosto, y pulcros de alegría en los dientes blanquísimos de la infancia. Dejar, al fin, al fin, las tonterías de siempre para comenzar a plantear nuevas críticas, limpias lenguas del sol limpiando las ventanas para dejar libre la mirada a la calle. En tenencia, señor alcalde, unos versos y no le cobro el cambio.

Falta imaginación en la crítica y en la política. Para muestras, los reality’s cotidianos de la prensa. Si el cinismo tiene su fortaleza en la voluntad constante, también tiene sus límites en su creatividad pobre: “así soy y qué”, dice el adagio mexicano del cinismo, y ahí se limita su crítica y ahí queda planteada la dureza hambrienta de su personalidad. ¿A poco no hay algo más allá de nuestros temores y nuestras desdichas?

Una hermosa canción popular asienta: vengo a ofrecer mi corazón. En ese mismo tono de humildad y nobleza, ¿quién de verdad está dispuesto a abandonar, por un momento, debajo de la cama, uno de los postulados de la crítica de siempre, por este tazón de café caliente que yo le ofrezco para los días de otoño y así quemar, sorbo a sorbo, el tiempo que ya se asoma?

P. S. Pero como no son las generalidades sino las brillantes excepciones las que salvaguardan a la imaginación, felicito a Alejandro Morales por su premio de Viñetas de la Provincia y a Julio César Zamora por su merecida primera mención. Ellos demuestran que aún hay esperanza depositada en la hoguera de las palabras que se encienden en la página blanca.

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