domingo, 13 de diciembre de 2009

Carta para Martín y el Diablo

Queda regresar sólo por tradición. Venimos por el purismo, ahí aprendido antes, de que previo a la práctica debíamos conocer a la utopía cuando, lo hemos comprobado de sobra, ésta no existe. Es una historia del tío loco que hacía marcha en ninguna parte, hacia ningún punto. Somos los descreídos de la utopía, los abandonados, porque en el fondo nosotros sólo sabemos soñar. Claro que lo sabemos, lo que nunca nos ha salido muy bien es lo de las utopías. Siempre terminan en tragedia. Así nos enseñaron en las calles y en las casas, en la cara de muerte de la madre que tuvo un hijo muerto en cualquier sitio, del hijo que se ha quedado huérfano porque perdió a los padres en todos los sitios. Para soñar sólo falta recordar el cuento de la abuela frente al mar, cuando decía que el mar es traicionero, que todo el maldito mar es la boca del diablo. O ese otro romance del abuelo, no su esposo sino el otro, de su estancia en la pisca de estrauberri (“así le dicen a la fresa en Estados Unidos”, dice) cuando le robaba el trago a la guaina (“así les dicen a los borrachos”).

Allá, con nosotros, todo sucede tan rápido, tanto que no es posible armar utopías. Sólo el vértigo es posible, erizando la piel con su sustancia de sangre, metiéndose en la sangre con su vértigo de miedo. Nada de frío, no, al contrario puro calor todo el tiempo, el sudor a mares en la frente, y el vértigo ahí, vivo, detrás de nosotros, siguiéndote, por dentro, penetrando. Por eso soñamos con mujeres hermosas torneadas en una playa, completamente dorada, totalmente azul, que de tan intenso azul se haga pura agua y oro, puro verde y oro, oro purísimo, un dorado de colores. Soñamos con todo eso, y frutas, desbordados de frutas, jugo, zumo de frutas, pulpa en la boca: papaya, pitahaya, sandía, guanábana, piña. Frutas, todas ahí, saliéndose del marco soñado de nuestro sueño, volcadas, comiéndose nuestros sueños.

Yo te digo que a pesar de nuestras culpas, bueno, de mi condición de culpa, vengo sólo para alejarme de lo otro, para saber que puedo hacer algo más a sólo repetirme. Un paso antes de repetirme, tal vez, pero tal vez también un paso antes de todo. Mira los sueños que se me han venido encima, pero ves que no hay utopías. Los que nos queremos pasar de listos, por algo, ya te digo a causa de la culpa, nos sucede eso, que nos equivocamos, que venimos acá pensando en la utopía, como si antes no tuviéramos los sueños, que es nuestra forma tan humana, tan profundamente humana, de sentir por un momento los pensamientos de Dios.

Yo vivo en el Barrio de Argüelles. Sus calles, cosa rara por acá, están sobre una cuadrícula de armonía. También me gusta porque tiene una calle con un nombre muy bonito, Guzmán El Bueno, que me hace recordar a nuestro amigo Avelino, a quien ya sabes cómo quiero. Ya lo quisiera ver en este frío. Si no abre la boca, la abriría menos. Dicen que aquí vivió Neruda y escribió ese hermoso poema “Casa de las Flores”. Tienes que recordarlo, habla del horror del que también habla el Guernica: el primer bombardeo aéreo a una ciudad, en 1936. Mi barrio, el Barrio de Argüelles, tiene dos límites: Moncloa, la sede del Ejército del Aire donde también está el Arco de la Victoria de Franco, y la Calle de la Princesa. Tendría que explicarte cómo todavía la gente vive, a su manera, claro, sitiada por esos pensamientos, la Guerra Civil y la Monarquía de siempre. Desperdigado, sin tener punto fijo como nunca lo han tenido, el temblor humano preguntándose la hora.

Porque hablado en plata, con toda su memoria, con todas sus historias de oro y sangre, mira qué belleza otra vez el oro y la sangre, de voces cavernosas, escúchalos, estruendosas, qué voces, señor, escúchalas, esas muchachas que van sobre la Gran Vía ahora en el invierno ataviadas de esa elegancia tan suya, ese andar precioso. Llegarán a Antón Martín por la primer cerveza hasta sabrá Dios a qué horas terminen, al día siguiente cuando todo el casco colonial, incluida la Castellana, sea ese gran cenicero con ojeras negras. Luego me miran dicen que soy sudamericano o que soy centroamericano. Yo les respondo con una gran carcajada, sabiendo que ellos no saben que yo soy de mis culpas y mis sueños. Menudo problema el explicarles paso a paso la geografía mía, siquiera esa accidentada que va del ulular del Sur más gélido al más gélido Norte y sus águilas terrestres. Todo este país no podía andar con todo el continente, con todo un continente. Su problema, vaya tristeza, es que está a 10 mil kilómetros del lugar donde podría estar, y a 10 mil millones de lucas del lugar donde creería estar. Pero eso tampoco lo entenderemos nunca.

1 comentario:

deivid dijo...

Sea. Un abrazo a los 4.