martes, 6 de octubre de 2009

San lunes

De todos los días de la semana, ninguno menos día que el lunes. Los más inteligentes lo inician con lagañas en los ojos; los menos son optimistas y miran por la ventana un cielo azul. Es una terrible puerta de entrada a la semana, que al abrirse arrojar contra el cuerpo el sopor del viento cálido contenido en el reloj de arena del tiempo, mientras suelta una carcajada para dictarnos: aún faltan seis días para la gloria del sábado.

Si Dios hubiera hecho el mundo otro día, quizás un romántico jueves o un viernes festivo, el mundo sería distinto y no esta repetición interminable de lunes, que vemos con lentitud hasta en la programación de la radio: es el día favorito de la música culta. Pero no quiero cuestionar la inmensa sabiduría de Dios, que además nos dio en condena ganar el pan con el sudor de la frente y parir a los hijos con dolor. Su tríada perfecta: que los días de trabajo y parto sean de preferencia en lunes, para que estos pecadores entiendan quién es el que manda. Desde entonces, el peso de los lunes sólo se compara con las tablas que a duras penas cargó Moisés.

Tal vez por eso las proezas más importantes en la vida de los hombres comienzan con la leyenda, “era lunes y decidí no hacer lo que tenía pendiente...” Entonces, aquellos valientes comienzan la aventura del día que despertaron crudos, de la mañana del examen al que no asistieron, del juicio que decidieron perder por mera desidia de no salir de casa en lunes. Todavía en calzoncillos, estos héroes del calendario tienen en pago a su victoria, mirar la larga peregrinación de almas compungidas por los días venideros. En tanto que ellos, todavía se soban el estómago disfrutando un delicioso desayuno, tranquilo, de unos jotqueis de mermelada de zarzamoras con crema chantillí.

Cuando es inevitable recorrer las calles para cumplir las obligaciones impuestas por el lunes, siempre se lleva una migraña interna, un resquemor guardado para el día verdadero en que ni las gallinas ponen. Ese dolor de cabeza molestará, mínimo, hasta las nueve o diez de la noche, cuando apoltronados de nuevo en la cama, veamos languidecer con lentitud las 24 horas del lunes. Mientras tanto, el día es un cúmulo invariable de accidentes, de oficios pendientes, de firmas por firmar, de pagos por pagar, de cortes por cortar… El lunes es una repetición insufrible de cosas mundanas, que hasta los sabios museos deciden no abrir para no fastidiar más a los turistas quienes, tremenda paradoja, maldición del lunes, no pueden turistear.

Yo he visto a otros odiar conmigo los lunes. Llegan a su oficina tristes porque perdió su equipo favorito. Las mujeres, de mala gana, prefieren no maquillarse ni usar la blusa escotada que acostumbran para un viernes. Los jóvenes definitivamente no asisten a la clase de las ocho de la mañana. Y hasta los perros prefieren que el calor les escueza el alma más allá del mediodía, nomás para no enterarse de que es otro lunes más encima de su lomo.

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