lunes, 19 de octubre de 2009

Errante corazón urbano





Mi amigo Julio César Zamora Velasco publicará su libro Errante corazón urbano, financiado por la Secretaría de Cultura y editado por Acento. De verdad he visto a Julio rebanarse los sesos y el corazón, y un pedazo del hígado y mucho de los dedos en cada párrafo de su libro. Esperamos, sin saber esperar, que ya salga su libro de las prensas, que lo deje en paz, lindo y mono, el encuadernador. Me pidió que escribiera un texto de presentación. Con todo el cariño que le tengo le regalé las siguientes líneas.

CON JULIO CÉSAR ZAMORA, LA VIDA POR DELANTE


Please allow me to introduce myself
I'm a man of wealth and taste (…)
Pleased to meet you hope you guess my name.
Ah what's puzzling you is the nature of my game.
Mick Jagger, “Sympathy for the devil”.


Delgado, vestido con minuciosa elegancia, guiado por el punto fijo de sus ojos verdes, envuelto en el cobrizo traje de su piel, Julio César Zamora sale otra vez de casa. Su destino pueden ser las calles pero también un recorrido en las montañas, o el campo abierto de un cuerpo femenino, o una cita impuntual con las cosas que suceden: una tarde de café, un juego de billar, la correría contra la furia de una banda enemiga. Tal vez de esa incertidumbre vertiginosa con que el autor enfrenta a la vida, provienen las primeras dificultades para ubicar su prosa, lindes de la poesía y el periodismo, vestigios del ensayo y del relato. ¿O en qué género se situaría el siguiente párrafo, cuando el autor define a “los hombres de la montaña”? “Muchas veces son acompañados por una perdurable incomprensión. Se les juzga de maniáticos o excéntricos por la emoción que les produce una balada, los sonidos de un violonchelo, los ancianos sentados en la plaza y el sabor del vino o del café. Los de la montaña coleccionan libros inéditos, dicen que un hilito de olvido arrastrado es la estampa del hombre, que la lengua es el ensayo de lo desconocido. Saben que el verdadero paraíso no está en el cielo; está sobre los labios de la mujer amada”.

Alguien le dejó a Julio César Zamora la vida para hacer con ella lo que guste. Por eso, según su ánimo, es poeta, pintor, diseñador, carpintero o periodista, porque una escritura así es el testimonio profundo de un hombre y sus circunstancias, no la esgrima de sombras de un estilista del lenguaje. Múltiple y polisémico, como el mural de mil matices donde observa a las muchachas: “Blancos, grises, ocres, verdes, índigos, naranjas, morados, carmines, y todos los matices para Rosa, Ana, Rosalía, Yunuen, y a las que no puedo nombrar, porque no conozco sus nombres pero las imagino en un collage de pátinas, con el recuerdo del perfume, de la voz, de los ojos… cada una vive en mi mural, éste que con el paso de los años adquiere un nuevo matiz, un tono desconocido, y entonces, le invento un nombre”.

Pero absolutamente lírico, se deja atropellar por las palabras, se tropieza consigo mismo, patea las piedras del camino y baila en la cuerda floja del lenguaje de los días. En tanto deja vestigios de agua para las tardes de calor, en una prosa que a fuerzas de amor a la vida se vuelve pura claridad en las pupilas.

También lo he visto escribir. Desasosegado, mientras bebe a sorbos un café, o destapa la siguiente cerveza; reflexivo en la mesa de redacción de un periódico, trazando algunas notas en su libreta, cuando mira el tiempo en un jardín. En estas páginas, cultivadas en el centro de nuestra ciudad, se pueden entrever gotas del café de La Arábica o una que otra de cerveza del Bar La Puerta. Así, incansable y múltiple, sus letras corren por la página al ritmo de su sangre, cuando los días se hacen perfectos montados sobre la piel del mundo, para escuchar y sentir las cosas más sencillas o las más profundas: “Los días perfectos son reales. Escuchar ‘Redemption song’, de Bob Marley, o ‘En mi viejo San Juan’, de Javier Solís. Ah, pero sentir ‘Viva la vida’ de Cold Play, es un himno a la felicidad. Perfecto es la llovizna del amanecer, las calles desiertas y los cafés abiertos; una tarde con música de violonchelo, una libreta y un bolígrafo; de noche, una mujer recargada en una de las columnas del portal. Sonríe. Alguien se acerca a ella…”

A los escenarios se suman los personajes: Kalimán, Jesús, José, Rafael, Mané, Romina, Mariana, Isabel (mujeres, sí, sobre todo mujeres, pero sobre todo mujeres…), y para cada uno de ellos, para cada una de ellas, hay un gesto personal. Julio César Zamora se acerca al mundo con una fiereza personal que hace irrepetible cada testimonio para construir con ellos un hombre nuevo, porque “Hay sombras en el corazón de los errantes: No existe la patria, no existe el hogar ni la mujer amada”.

Lectora, lector, elija al que prefiere, al Diablo, al Parri o a Julio César Zamora.

1 comentario:

julio césar dijo...

Gracias Hermano! Me agrada ese tono sepia para portada eh! jajaja