jueves, 22 de octubre de 2009

El bosque de la noche



Releo El bosque de la noche de Djuna Barnes, y de inmediato se dibuja en mi mente la figura del poeta Rodolfo Meza de la Cruz. Su larga cabellera, sus manos manchadas por la nicotina, su piel cobriza huyendo del sol, tres pastillas de paracetamol bajadas a sorbos de coca cola. Él buscaba la inocencia (es autor de un libro, una miscelánea de géneros llamada La inocencia del escorpión)que en todo momento pulveriza Barnes a través de sus personajes. Imagino la silueta de Rodolfo Meza bajo el sol de Tecomán y su humedad de 40 grados, y no hay comparación con las noches frías de la bohemia parisina de Barnes. Pienso en Rodolfo sacando borrachos de un bar de Guanajuato, y me imagino que la elegancia seductora de Robin no entendería un país como México. ¿Una obra de teatro? Una obra de teatro. Arranco párrafos al azar de El bosque de la noche, y pienso que no hay mejor confesor nocturno que Fray Luis, a menos, claro, que uno imagine las voluptuosidades de Nora y Robin. Al mismo tiempo.

Toda nación con sentido del humor es una nación perdida, como toda mujer con sentido del humor es una mujer perdida


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¿Sabe usted lo que el hombre desea realmente? Una de dos: encontrar una mujer bastante tonta como para que se le pueda engañar o amar tanto como para dejarse engañar por ella.

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A mí me gusta aquel príncipe que estaba leyendo un libro cuando el verdugo fue a buscarle, le tocó el hombro y le dijo que era la hora, y él, al levantarse, antes de cerrar el libro, puso un abrecartas para señalar la página.

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¡Cuidado! En la cama de rey, siempre se encuentra, justo antes de que se convierta en pieza de museo, el excremento de la oveja.

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Los que lo aman todo son despreciados por todo. Dondequiera que se les vea, uno advierte en sus ojos grandes y saltones, ese brillo de los metales pulidos en los que no se ve el objeto en sí, sino el movimiento del objeto.

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Mi abuela, la que se viste de hombre, la que lleva bombín y un bigote pintado con un corcho quemado. Está aquí, ridícula y regordeta, con un pantalón ceñido y un chaleco rojo. Mi abuela, manipulada como una ruina prehistórica que simboliza la vida fuera de la vida, y que ahora se aparece para simbolizar algo que se asemeja tanto a Robin.

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Tienes el humor de una persona en trance de muerte, aunque tienes el olor de la mujer que va parir. Eres una de esas mujeres pequeñas y nerviosas que, se pongan lo que se pongan, parecen niños atormentados. Andas de puntillas hasta al entrar al cuarto de baño para llenar la bañera, nerviosa y andante. Te paras agitada y febril delante de cada objeto de la casa. No tienes sentido del humor, ni paz, ni sosiego. Parece que las pocas palabras que salen de tu boca te las hubieran prestado. De inventar un vocabulario, tendría únicamente las exclamaciones ¡Ah! y ¡Oh! (…) Con tu pasión por ser una persona, profanas el sentido mismo de la personalidad. En lugar de tu ser, advierte la tensión del accidente que hizo del animal un conato de ser humano. Eres una de esas mujeres malas e insignificantes del tiempo, porque no puedes dejar en paz al tiempo, y sin embargo no puedes formar parte de él. Quieres ser todo y no eres causa de nada. Inevitablemente uno te imagina en el acto del amor lanzando floridas exclamaciones propias de la comedia del arte, aunque nadie debería imaginarte en absoluto en el acto del amor.

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Algún día, Nora dejará a esta chica; pero aunque las entierren a cada una en un extremo de la Tierra, un mismo perro las encontrara a las dos

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