viernes, 18 de diciembre de 2009

Llame Sandra

En la palabra fuego escribo tu nombre. Lo dejo blandir suave en el crepitar de la llama, y lo miro mirarme, llamarme desde la llama adentro. Guardo tu nombre suave y lo concentro en los cerillos. Sé que cuando el tedio amaine, cuando la lluvia amaine y llegue el frío, podré usar tu nombre suave como una llama que llama ni nombre desde adentro. Amo tu nombre suave y cálido e imposible como una llama. Si digo que lo guardo en la palabra fuego, es sólo para decir que es intenso y cálido. Tu dulce sexo que me hace pensar en el niño que soy, en el hambre de ti que tengo. La lengua lame tu nombre en la llama de fuego de tu sexo. Al paladar las letras de tu nombre, qué aroma erotiza la totalidad del cuarto, qué llama diminuta aparece en el espejo. Lamo tu nombre cuando pronuncio siquiera una letra de tu nombre, y mi lengua se entumece, gozosa, en la memoria.

jueves, 17 de diciembre de 2009

hortera


Por fin alguien me comprende, descubrí que soy hortera. Botón de muestra.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Carta para Martín y el Diablo

Queda regresar sólo por tradición. Venimos por el purismo, ahí aprendido antes, de que previo a la práctica debíamos conocer a la utopía cuando, lo hemos comprobado de sobra, ésta no existe. Es una historia del tío loco que hacía marcha en ninguna parte, hacia ningún punto. Somos los descreídos de la utopía, los abandonados, porque en el fondo nosotros sólo sabemos soñar. Claro que lo sabemos, lo que nunca nos ha salido muy bien es lo de las utopías. Siempre terminan en tragedia. Así nos enseñaron en las calles y en las casas, en la cara de muerte de la madre que tuvo un hijo muerto en cualquier sitio, del hijo que se ha quedado huérfano porque perdió a los padres en todos los sitios. Para soñar sólo falta recordar el cuento de la abuela frente al mar, cuando decía que el mar es traicionero, que todo el maldito mar es la boca del diablo. O ese otro romance del abuelo, no su esposo sino el otro, de su estancia en la pisca de estrauberri (“así le dicen a la fresa en Estados Unidos”, dice) cuando le robaba el trago a la guaina (“así les dicen a los borrachos”).

Allá, con nosotros, todo sucede tan rápido, tanto que no es posible armar utopías. Sólo el vértigo es posible, erizando la piel con su sustancia de sangre, metiéndose en la sangre con su vértigo de miedo. Nada de frío, no, al contrario puro calor todo el tiempo, el sudor a mares en la frente, y el vértigo ahí, vivo, detrás de nosotros, siguiéndote, por dentro, penetrando. Por eso soñamos con mujeres hermosas torneadas en una playa, completamente dorada, totalmente azul, que de tan intenso azul se haga pura agua y oro, puro verde y oro, oro purísimo, un dorado de colores. Soñamos con todo eso, y frutas, desbordados de frutas, jugo, zumo de frutas, pulpa en la boca: papaya, pitahaya, sandía, guanábana, piña. Frutas, todas ahí, saliéndose del marco soñado de nuestro sueño, volcadas, comiéndose nuestros sueños.

Yo te digo que a pesar de nuestras culpas, bueno, de mi condición de culpa, vengo sólo para alejarme de lo otro, para saber que puedo hacer algo más a sólo repetirme. Un paso antes de repetirme, tal vez, pero tal vez también un paso antes de todo. Mira los sueños que se me han venido encima, pero ves que no hay utopías. Los que nos queremos pasar de listos, por algo, ya te digo a causa de la culpa, nos sucede eso, que nos equivocamos, que venimos acá pensando en la utopía, como si antes no tuviéramos los sueños, que es nuestra forma tan humana, tan profundamente humana, de sentir por un momento los pensamientos de Dios.

Yo vivo en el Barrio de Argüelles. Sus calles, cosa rara por acá, están sobre una cuadrícula de armonía. También me gusta porque tiene una calle con un nombre muy bonito, Guzmán El Bueno, que me hace recordar a nuestro amigo Avelino, a quien ya sabes cómo quiero. Ya lo quisiera ver en este frío. Si no abre la boca, la abriría menos. Dicen que aquí vivió Neruda y escribió ese hermoso poema “Casa de las Flores”. Tienes que recordarlo, habla del horror del que también habla el Guernica: el primer bombardeo aéreo a una ciudad, en 1936. Mi barrio, el Barrio de Argüelles, tiene dos límites: Moncloa, la sede del Ejército del Aire donde también está el Arco de la Victoria de Franco, y la Calle de la Princesa. Tendría que explicarte cómo todavía la gente vive, a su manera, claro, sitiada por esos pensamientos, la Guerra Civil y la Monarquía de siempre. Desperdigado, sin tener punto fijo como nunca lo han tenido, el temblor humano preguntándose la hora.

Porque hablado en plata, con toda su memoria, con todas sus historias de oro y sangre, mira qué belleza otra vez el oro y la sangre, de voces cavernosas, escúchalos, estruendosas, qué voces, señor, escúchalas, esas muchachas que van sobre la Gran Vía ahora en el invierno ataviadas de esa elegancia tan suya, ese andar precioso. Llegarán a Antón Martín por la primer cerveza hasta sabrá Dios a qué horas terminen, al día siguiente cuando todo el casco colonial, incluida la Castellana, sea ese gran cenicero con ojeras negras. Luego me miran dicen que soy sudamericano o que soy centroamericano. Yo les respondo con una gran carcajada, sabiendo que ellos no saben que yo soy de mis culpas y mis sueños. Menudo problema el explicarles paso a paso la geografía mía, siquiera esa accidentada que va del ulular del Sur más gélido al más gélido Norte y sus águilas terrestres. Todo este país no podía andar con todo el continente, con todo un continente. Su problema, vaya tristeza, es que está a 10 mil kilómetros del lugar donde podría estar, y a 10 mil millones de lucas del lugar donde creería estar. Pero eso tampoco lo entenderemos nunca.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Armada sombra




Tendrá que dar su vida quien escribe
para ofrendar el goce de saberse
letras que son luz en el terrible abismo.
Vendrá la soledad, sus embestidas,
y adentro ha de lidiar con la locura.
Tan sólo con avíos del corazón
y el cerebro, la emoción ha de citar
en la piel negra y ciega de los días.
Contra sí mismo lucha quien escribe.
El otro, que ya es él, le duele ajeno,
lanzará la furia, burel de fuego,
buscando esta pasión que intuye propia.
El temple lo mantiene, fortaleza
del que posé contra la muerte, vida.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Crisis

Nací bajo el signo de la crisis. No recuerdo otra estación del año que no sea esa. Francamente. Tampoco otra temperatura, ni otro año, ni siquiera otro día: todos se llamaban crisis. ¿A poco hay vida sin crisis? Más deplorables las pobres manifestaciones de motivador con gafas de intelectual: “Einstein decía…”, “para la crisis, la imaginación…” Pamplinas. La crisis se explica por su axioma: la crisis. Esas palabras se dibujan en mi mente cuando pienso en “el caso mexicano”, claro, donde la crisis es definición de identidad.

A estas alturas del encuentro, ni modo de hablar de hacer frente a la crisis. La crisis no es un problema y si lo es, es ontológico. Por eso digo que sólo se explica a través de su mismidad: la propia crisis. Insisto, luego de tantas décadas de crisis (soy inexperto, apenas voy por tres) lo que hace crisis es la idea de la crisis. Neta. Porque vamos y venimos de la crisis y decimos lo mismo para repartir culpas, de aquel, del otro, de la crisis. ¿En dónde se esconderán los responsables de la crisis? ¿Existe ese sitio imposible llamado crisis? ¿No termina por sonar a recurso político, a una más de las cantinfleadas a las que nos tienen acostumbrados? De todas formas, antes de la crisis tampoco parecieron resolver los otros problemas descubiertos por la Ilustración, que son más reales: pobreza, seguridad, educación, marginalidad…. Los problemas existían antes y durante la crisis, lo que confirma que la crisis no es un problema. Es una condición que tiene que ver con nosotros mismos. Nosotros somos la crisis.

Además, los pesimistas y los profetas, que no son iguales pero que a veces coinciden, aseguran que pasarán generaciones de mexicanos sin ver la luz al final de la crisis. ¿Entonces? La economía se vuelve un absurdo trágico, que en estos momentos se elimina a sí misma y pierde sentido. Para qué hablar del tema si ya se sabe que es un círculo vicioso y sin final. ¿Qué estudia la economía cuando no hay producción económica? Y yo no soy pesimista sino un meteorólogo falso que se apega a los pronósticos del tiempo. Además, tampoco conozco otro tiempo. Otra vez: nací bajo el signo de la crisis.

Alguien más pensará que hemos tocado fondo y que por eso otro escribe estas cosas. Tal vez. Tampoco quiero ser realista, ni nihilista, ni ilusionista, ni nada. Todos los medios de comunicación repiten su misma cantaleta y hacen eco: estamos en crisis…, etcétera. Yo no hago nada. Apago la televisión, le doy la vuelta al periódico, escucho música. No hay nada nuevo bajo el sol.

martes, 1 de diciembre de 2009

Tres variantes de la nostalgia



Ordenando papeles (que no extraño) en Atlanta (que tampoco extraño), antes de salir rumbo a Madrid.



Una semana después, no tuve tiempo de extrañar ni a José Alfredo, ni a Juanga, ni a Martín Urrieta. El Mariachi paraguayo Las águilas de Tijuana, nos deleitó (acompañados por mí, of course) con un recital en la Puerta del Sol.



Tampoco extrañé a don Paul P. Harris. A una cuadra de mi piso hay una estatua del hombre que lleva el nombre de la calle donde viven las personas que más extraño.

Pasta de podadora

En estos días, nada se ha vuelto más complicado que cazar una podadora. Suelen ser terribles, y aunque no son escurridizas hay que andar con tientas porque se les rinde una devoción hiperbólica. No hay una buena institución, que se jacte de su clase, o un barrio de buena categoría, que no presuma en la hora más inoportuna, de alebrestar el ruido de cientos de podadoras, que sólo pueden ser tocadas por la mano prodigiosa del jardinero.

Pero si tiene suerte podrá, en las horas menos esperadas, encontrar una podadora desolada. No importa si es de aspas o de carrito, acéchela, captúrela. En mi caso, debo presumir la tremenda suerte que me acompaña para soportarlas en cautiverio, en los momentos más inadecuados. Un domingo, digamos, a las siete de la mañana, en todo su esplendor en el camellón de la colonia; o un día de clase, a punto de leer en voz alta un poema de Salvador Díaz Mirón, frente al aula. De cualquier forma, encontrarla abandonada es el primer paso de un excelente festín.

Si captura más de una, ¡felicidades! La cantidad no demerita en sabor, por el contrario: el placer se incrementa y no faltará quien le pida una porción de más. Primero hay que destrozar los tubos con la mayor alevosía que pueda. Para estos casos yo me he servido incluso de una camioneta, ya verá lo placentero que resulta pasar la media tonelada de fierros encima de las endebles cavidades de la podadora, ya verá cómo se retuerce el acero con acero y cómo poco a poco se cocina el platillo.

Una vez destrozada, cuide que no se tire la gasolina del motor. Ahí está el corazón de todo. No deje que ni una gota caiga, sería un desperdicio y es fundamental para el siguiente paso, la cocción. Ya se sabe que desgraciadamente hace falta muchísimo calor para fundir una podadora, pero con la ignición de la gasolina y un buen cerillazo, logrará un efecto inusitado: sienta cómo el aire se aroma con el olor de una podadora quemada, y ese poder volátil de las cosas perecederas.

Los pocos cables de la podadora son un buen motivo para amarrar las partes que la estética cuestione de poco agradables. Con los cables puede dar una forma inusitada, de tal manera que su platillo podría parecer una obra de arte abstracto. Póngala a sacar uno o dos días, en especial en temporada de muchísimo calor, que ahora abundan. Al tercer día disfrute de su obra. Si siente que aún el ruido de la podadora sigue vivo, repita todos los pasos anteriores.

Sírvase al gusto, de preferencia fría y a distancia.