Puedo recordar el momento en que escribí este poema. Puedo traerlo de nuevo y compartirlo, porque en verdad fue una sensación hermosa aquello de sentirme lejos, extrañando mi ciudad, ya saben, esta porción de nostalgia con rostros familiares y sitios conocidos y algunas palmeras, el mar, la coronamorfín y todo eso. Llevaba sólo dos meses de andar en Guanajuato (Volps dixit), quiero decir, una temporada de no sé cuántos cientos de horas fuera de Colima, por primera vez. Tenía 20 años en las piernas, de rabia por andar donde fuera y una historia que no podía olvidar de los Royal Welsh Fusiliers a trote sobre la Sierra Madre Occidental. Hacía frío, sí, y seguramente llovía. Estaba en el andén de la central camionera, a la espera de mi turno y escribí:
VIII
Te doy una palabra dulce
ciudad de rumor de carros
Te destierro de ti
Deja que la niebla pueble las calles
y se escuche en los oídos las palabras de amargura
Así abandonada desde ahora te escribo
Nadie como tú
sabe los nombres de la distancia
Después me enteré que el escritor Francisco Blanco Figueroa utilizó este poema en su libro Elogios a Colima, para saludar a su estado natal luego de una vida viajera. Recordar todo esto, me parece, es una buena forma de iniciar el viaje.
sábado, 3 de octubre de 2009
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1 comentario:
Sí le pones en su madre a "ítaca", de Kadafis... un abrazo, cuirco!
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